Mansión Eastwood.
Lilian gritó con desesperación, su cuerpo contorsionándose por el dolor, pero las paredes del sótano eran como un muro infranqueable para los sonidos.
Ningún suspiro, ni llanto, ni grito lograrían escapar de ese lugar.
Estaba herida, y lo peor de todo: nadie parecía importarle. El aire, denso y pesado, parecía tragarse sus gemidos, ahogando cualquier rastro de humanidad que pudiera quedar.
—¡Habla! —ordenó uno de los guardias con una voz autoritaria, fría como el acero.
El hombre señaló un teléfono que resonaba entre el silencio del sótano, el teléfono de Lilian recibía una llamada.
La tensión se apoderó del ambiente cuando Terrance tomó el teléfono.
Todos los presentes guardaron silencio, conteniendo la respiración, incluso cubrieron la boca de Lilian para que no pudiera decir una sola palabra que pudiera escapar y alterar el curso de lo que estaba a punto de suceder.
—Hola.
La voz de Martín salió clara y fuerte a través del teléfono, una voz que Terrance reconoció a