En la cabaña del Norte, la noche se había convertido en un torbellino de pasión que aún no se apagaba. Lucía y Jacob, envueltos en las sábanas revueltas de su lecho improvisado, se entregaban el uno al otro con una urgencia que parecía no tener fin. La luna, testigo silenciosa desde la ventana, iluminaba sus cuerpos entrelazados: el sudor brillando en la piel de Jacob, los gemidos ahogados de Lucía llenando el aire cargado de deseo.
Jacob la tenía debajo de él, sus caderas moviéndose con un ritmo profundo y constante, cada embestida enviando ondas de placer que la hacían arquearse contra él. Sus manos exploraban cada curva, cada secreto de su cuerpo, mientras sus labios devoraban su cuello, dejando besos húmedos y mordiscos suaves que la volvían loca.
—Jacob… más cerca —susurró Lucía, sus uñas clavándose en su espalda, tirando de él como si quisiera fundirse en uno solo.
Él gruñó en respuesta, acelerando el ritmo, su aliento caliente contra su oreja. —Eres todo lo que quiero, gatita…