El sol del mediodía caía vertical sobre el anfiteatro de piedra, calentando las gradas hasta hacerlas brillar. El Consejo había convocado una asamblea extraordinaria, y solo tres manadas permanecían en el recinto: Norte, Fuego Eterno y Valle Rojo. Los demás clanes habían partido al amanecer, sus carretas y lobos desapareciendo en la niebla de la montaña. El silencio era denso, roto únicamente por el crujir de las antorchas y el latido de cientos de corazones lobunos.
Lucía avanzaba por el pasillo central flanqueada por Dylan y Thalia. Llevaba el cabello recogido en una trenza alta, el vestido ceremonial de cuero negro con bordados plateados que marcaban su rango. A su izquierda, Jacob caminaba con la espalda recta, la camisa blanca abierta hasta el pecho —la marca de Lucía aún visible, rosada y orgullosa—. A su derecha, Damián se arrastraba entre dos guardianes del Consejo, los grilletes de plata fría tintineando contra sus muñecas. Su rostro era una máscara de furia contenida, los oj