La mañana se filtraba a través de las cortinas de la cabaña como un velo de luz dorada, tiñendo el aire con el aroma fresco de los pinos y la tierra húmeda del bosque. Lucía se despertó lentamente, sintiendo unos fuertes brazos aún rodeando su cuerpo, un calor sólido y protector que la anclaba a la cama. Parpadeó un par de veces, ajustando sus ojos a la claridad, y allí estaba él: Jacob, el Alfa de la Manada del Fuego Eterno, aún en su habitación. Habían pactado que se iría antes de que su manada se despertara, un acuerdo susurrado en la penumbra de la noche para evitar complicaciones. Pero allí seguía, como si esa situación fuera lo más normal del mundo, su pecho subiendo y bajando en un ritmo pausado, su presencia dominando el espacio con una naturalidad que la desarmaba.
Lo miró por unos segundos de cerca, estudiando su rostro como si fuera la primera vez. Parecía tallado por la misma Diosa Luna: mandíbula fuerte y cuadrada, con una sombra de barba que le daba un aire rudo y atract