JORDÁN
La lluvia nos siguió todo el camino de regreso al territorio de la Manada Luna Roja. Caía en cortinas, pesada e implacable, como si los cielos mismos intentaran lavar el hedor a muerte que se aferraba a mi piel.
Dafne yacía contra mí en la montura, su respiración era superficial pero constante. Podía sentir su luz todavía vibrando débilmente contra mi pecho — cálida, frágil, viva. Pero bajo esa calidez, algo frío se enroscaba dentro de mí.
Algo que no era mío.
Cada paso que daba el caballo vibraba en mis huesos, y con él llegaba un susurro.
—No puedes protegerla para siempre, Alfa...
Apreté los dientes, sosteniendo más fuerte a Dafne. —Cállate.
Pero el susurro solo se rió, suave y venenoso.
—Salvaste su cuerpo… no su alma.
Las puertas de la Manada Luna Roja aparecieron entre la niebla. Guerreros alineados a la entrada nos observaban con los ojos muy abiertos. No tuve que decir nada — la tormenta ya les había contado que algo había salido mal.
Teo fue el primero en