PUNTO DE VISTA DEL AUTOR
La oscuridad estaba viva. Se retorcía y arañaba la mente de Jordán como mil serpientes, silbando con la risa venenosa de Draco.
—¿Crees que puedes matarme? —se burló Draco, su voz resonando dentro del cráneo de Jordán—. Soy tú. Soy tu fuerza. Sin mí, no eres más que un muchacho tembloroso que mató a sus padres.
—¡Mentiroso! —rugió Jordán, con los ojos sangrando en carmesí. Sus venas ardían negras mientras sus garras desgarraban el vacío, buscando al fantasma que lo reflejaba—. ¡Tú me hiciste hacerlo!
La forma de Draco emergió de las sombras —monstruosa, con ojos plateados que brillaban con pura malicia. Su pelaje, negro como el alquitrán, estaba manchado con los fantasmas de cada vida que Jordán había tomado. Detrás de él, las imágenes parpadeaban: los ojos sin vida de su padre, el grito congelado de su madre.
—Suplicaste por poder aquella noche —susurró Draco—. Y yo vine. Te di la fuerza para gobernar, para matar, para dominar. Sin mí, seguirías siendo ese