JORDÁN
Oscuridad.
Eso fue lo único que existió al principio. No la clase de oscuridad que llega cuando el sol se pone, no — esta respiraba. Me oprimía la piel, se me metía en los pulmones, susurraba cosas que no quería oír.
El pecho me dolía, como si algo pesado se posara sobre él. Intenté moverme, pero el aire era espeso — líquido — como si estuviera atrapado bajo el agua. Entonces la escuché.
—Jordán…
Su voz.
Dafne.
Forcé mis ojos a abrirse, y el vacío palpitó con tenues destellos de luz roja y violeta. Allí estaba ella, arrodillada a pocos metros, con el cabello enredado y los ojos brillando como fuego plateado. Se veía… diferente. Más salvaje.
—¡Dafne! —me impulsé hacia ella, pero el suelo no era real; se deslizaba como humo bajo mis manos. Tropecé de todos modos, el pulso retumbándome en los oídos.
Cuando llegué a ella, se giró lentamente, y la visión me cerró la garganta.
No lloraba. No tenía miedo.
Estaba ardiendo.
Su cuerpo relucía débilmente, runas centelleando bajo su p