JORDÁN
El silencio era infinito.
No del tipo pacífico, sino del que te aplasta hasta que olvidas cómo se siente respirar.
No sabía cuánto tiempo había estado atrapado aquí.
El tiempo no existía en este lugar. Solo el latido de algo antiguo, arrastrándose bajo mi piel — susurrando, riendo, alimentándose.
Draco.
Su voz era un siseo constante en el fondo de mi mente.
Una sombra que respiraba cuando yo respiraba. Un veneno que palpitaba en mis venas.
—No puedes luchar contra mí para siempre —murmuró, su tono aceitoso y frío—. El don de la Luna te hizo fuerte, pero yo nací de algo más antiguo. Más poderoso.
Apreté la mandíbula, sujetándome la cabeza mientras la oscuridad se retorcía a mi alrededor como humo. —Sal de mí.
Él rió —un sonido que no pertenecía a nadie humano—.
—Oh, Alfa… ya pasamos de eso.
El mundo titiló. Llamas. Sangre. El rostro de Dafne —gritando mi nombre mientras caía en la oscuridad.
Y luego… nada.
Hasta ahora.
Algo cambió.
Un pulso.
Suave al principio