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DAFNE

Al principio no hubo sonido.

Solo luz — infinita, cegadora, y tan pesada que parecía aplastar los huesos.

No sabía si estaba respirando. No sabía si seguía viva.

Pero podía sentirlo.

Jordán.

Su latido era débil, enterrado bajo capas de sombra. Me llamaba — un pulso dorado oculto bajo olas de fuego negro.

—Jordán… —mi voz tembló, resonando en el vacío.

No hubo respuesta.

La luz se fue apagando poco a poco, revelando el mundo a mi alrededor — si es que podía llamarse mundo.

El suelo estaba agrietado y ardiendo. Ríos negros lo cruzaban como venas sangrantes. El aire vibraba con calor y susurros.

Esto no era solo oscuridad.

Era él.

Su mente. Su prisión. Su dolor.

Y Draco estaba en todas partes.

Su risa recorrió el aire, suave y helada. —Simplemente no sabes cuándo rendirte, ¿verdad, pequeña Luna?

Me giré, el fuego acumulándose en mis palmas. —Muéstrate, cobarde.

Apareció detrás de mí —llevando el rostro de Jordán, su sonrisa, su voz— pero no su alma.

La forma
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