DAFNE
Lo primero que sentí fue frío.
No el suave frescor del aire de la mañana —este era más profundo, mordía mis huesos, como si el mundo mismo se hubiera vuelto hueco.
Mis ojos se abrieron lentamente, y la luz me los atravesó. Un tenue aroma a hierbas llenó mi nariz —menta, salvia, acónito. Estaba recostada en un catre dentro del refugio de los sanadores. La habitación estaba en silencio, salvo por el suave goteo del agua afuera.
Por un momento, no recordé cómo había llegado allí. Entonces me golpeó —la tormenta, el dolor, la voz de Draco y el grito de Jordán.
—Jordán… —susurré, incorporándome. Los músculos me dolían como si me hubiera aplastado una montaña. Mis palmas brillaban tenuemente, la misma luz plateada que antes me aterraba ahora palpitaba constante y cálida.
La cortina se movió. Teo entró, con el brazo envuelto en vendas, el rostro pálido y demacrado. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos, algo dentro de él se estremeció.
—¿Dónde está? —pregunté con la gargant