JORDÁN
—¡Dafne!
Su nombre salió desgarrado de mi garganta, pero solo el silencio respondió.
El bosque había muerto —sin viento, sin aroma, sin sonido. Solo ese vacío enfermizo que hacía que mi lobo caminara en círculos y gruñera dentro de mí.
Todavía podía sentirla.
Apenas.
Un pulso débil a través de nuestro vínculo —frágil, titilante, como el último latido de una estrella moribunda.
Entonces… dolor.
Me golpeó como una cuchilla clavándose en el pecho. Me tambaleé, sujetándome de un tronco para mantener el equilibrio, mis garras desgarrando la corteza. Mis venas ardían, mi lobo rugía, y en lo más profundo de mi mente, algo se retorció, burlándose de mí.
—Jordán…
Su voz. Débil. Resonando en mi cabeza.
Luego—
—No, Jordán, yo no—
Me quedé helado. Su grito sonaba desesperado. Roto. No era un recuerdo. Era ahora.
—¡Dafne! —rugí otra vez, mi voz sacudiendo los árboles—. ¿Dónde estás?
Pero el vínculo crepitó —estática, y luego silencio.
Athos, mi lobo, gruñó en lo bajo.
Está sufr