DAFNE
Lo primero que sentí fue frío.
De ese que se mete bajo la piel y se queda ahí, como si quisiera vivir dentro de ti.
Mis dedos estaban rígidos, la garganta seca. Intenté moverme, pero unas cadenas tintinearon desde algún punto sobre mí — pesadas, metálicas, mordiéndome las muñecas.
Luego llegó la oscuridad.
Infinita. Silenciosa. Cruel.
Mi respiración se entrecortó. El corazón me golpeó el pecho con fuerza.
No… otra vez no.
La oscuridad me lo había arrebatado todo una vez — a mi madre, mi paz, mi infancia. Me perseguía en cada sueño, en cada rincón de mi memoria.
Y ahora había vuelto, devorándome por completo.
—Atenea —susurré con voz temblorosa—, por favor… háblame.
Por un instante no hubo nada — solo el eco de gotas cayendo y el pulso del miedo en mis oídos.
Entonces, débilmente, su voz apareció. Suave, pero temblando como una vela en el viento.
—Estoy aquí, Dafne… pero algo me bloquea. No puedo alcanzarte del todo. Hay magia aquí, magia oscura.
Aspiré bruscamente