Dafne
Oscuridad.
Respira. Se mueve. Recuerda.
Cuando caí por primera vez en ella, grité — arañé, jadeé, supliqué por luz. Pero ahora, la oscuridad y yo… nos miramos en silencio. Ya no es el enemigo. Es un espejo.
Mi cuerpo flota en un mar de tinta, pero cada pulso que recorre mis venas se siente demasiado real para ser un sueño. Aún puedo escuchar la voz de Jordán — cruda, rompiendo el viento, gritando mi nombre.
“¡Dafne!”
Resuena, una y otra vez, hasta que se convierte en otra cosa — un ritmo dentro de mí, un latido que no se detiene. El vínculo de pareja arde en mi pecho como una marca, mi maldición y mi brújula a la vez.
Él está vivo. Lo siento.
Pero el vínculo… está fracturado, salvaje — como una tormenta sin dirección.
Presiono una mano temblorosa sobre mi corazón. “Jordán…” susurro, no por miedo esta vez, sino con determinación. “No me he ido. Aún no.”
La oscuridad tiembla.
Y algo en ella responde.
Un zumbido bajo y antiguo se propaga por el vacío, y de él se desangra la lu