DAFNE
Oscuridad.
Fría, oscuridad sin fin.
Me envolvía como un ser viviente —densa y asfixiante— susurrándome mis miedos al oído. Quise gritar, pero no salió sonido alguno. Era como si el propio aire hubiese sido tragado por completo. Mis rodillas golpearon algo húmedo bajo mí, y el olor a hierro y ceniza llenó mi nariz.
Conocía este lugar.
Era la oscuridad con la que solía soñar —la misma que me perseguía de niña cuando mi madrastra me encerraba en la bodega para “endurecerme”.
La oscuridad que se reía cuando yo lloraba.
—No… —susurré, llevándome la mano al pecho. Mi corazón latía tan fuerte que dolía. —No otra vez… por favor, no otra vez.
El vacío negro no respondió.
Pero se movió.
Las sombras se deslizaron, enroscándose alrededor de mis tobillos, tirando. Luché por ponerme en pie, pero cuanto más forcejeaba, más me hundía. El pánico me arañaba, pero algo más —algo antiguo, más fuerte— se agitó bajo él.
Entonces lo oí.
—¡Dafne!
La voz de Jordán desgarró la ne