JORDÁN
El fuego dentro de mí se negaba a morir. Ardía lento y constante, como una tormenta esperando estallar. Cada respiración se sentía más pesada, cada latido más fuerte de lo que debía. El aire en mi pecho vibraba con algo oscuro… algo que no reconocía.
Dafne yacía inmóvil en la cama a mi lado, su piel pálida, sus labios temblando como si susurrara en sueños. Extendí la mano para tomar la suya, apretándola con fuerza, mi pulgar rozando las venas tenues que brillaban bajo su piel. Palpitaban plateadas, luego se apagaban de nuevo, como si su luz se desvaneciera poco a poco.
No podía perderla. No otra vez.
La puerta crujió al abrirse detrás de mí.
—Alfa. —Era el Beta Teo. Su tono mantenía la calma habitual, pero ni siquiera él podía ocultar la inquietud en su aroma—. El consejo ha estado esperando. Se impacientan.
No me moví. —Diles que esperen más.
—No lo harán, Alfa. Dicen que esto… —señaló hacia Dafne— está afectando a todo el territorio. Las fronteras del norte están cubiertas de