ELEANORA
La Manada del Hierro Oscuro olía a humo y tierra húmeda. Era más pequeña de lo que imaginaba: casas viejas, calles vacías, un silencio hueco que cargaba el peso de lo que nunca se dijo. Casi sonreí. Era el lugar perfecto para comenzar algo oscuro.
Cloe me condujo dentro de la casa. Su madre, Alicia, estaba rígida en un sillón desgastado, mientras su padre, el Beta Damián, permanecía junto a la ventana, con el ceño fruncido, como todos los hombres orgullosos que han hecho algo imperdonable pero jamás lo admiten. Pude sentir la vergüenza escondida bajo su piel, espesa y amarga.
—Así que —comencé, con un tono suave como la seda—, pensaron que su pequeño problema había desaparecido para siempre, ¿verdad?
Damián se volvió hacia mí, los ojos entrecerrados.
—¿Quién eres tú?
Solté una risa baja, tomando asiento sin ser invitada.
—Alguien que conoce a tu hija mejor que tú. La misma a la que vendiste.
Alicia soltó un jadeo, y Cloe apartó la mirada, cruzando los brazos.
—Te refieres a