DAFNE
Oscuridad.
Eso fue todo lo que sentí al principio.
El tipo de oscuridad fría y pesada que se posa sobre el pecho y llena los pulmones de silencio.
Odiaba la oscuridad. Siempre la odié.
Ahora estaba atrapada en ella.
Intenté gritar, pero mi voz se desvaneció antes de llegar a mis labios.
El aire era espeso, asfixiante.
Y entonces, en algún lugar profundo del vacío, escuché una voz.
Suave. Familiar. Cruel.
—Por fin —susurró, y mi sangre se heló—. Estás lista para ver.
Eleonora.
Su voz se deslizó por la oscuridad como seda, envolviéndome, atrayéndome hacia su presencia.
—Has huido bastante, Dafne. No puedes esconderte para siempre en su luz.
—No… —traté de moverme, de liberarme, pero mis miembros parecían atados por cadenas invisibles—. Déjame en paz.
—¿Crees que todavía eres suya? —se burló—. ¿Crees que el gran Alfa Jordán puede salvarte de lo que eres?
Su risa resonó, aguda y hueca.
—Mira a tu alrededor. Esta oscuridad no es mía. Es tuya.
Algo dentro de mí se quebró.
Imágenes des