Kaito se despidió de Nicolás con una leve reverencia, como dictaba su costumbre, y salió de la oficina con el corazón aún agitado por la noticia. Pero apenas dobló la esquina, la seguridad se desvaneció.
Tomó el pasillo equivocado, distraído por la emoción y por los techos altos que parecían multiplicarse en cada dirección.
Cada puerta idéntica lo hacía dudar.
—Soy un tonto… —murmuró.
Se detuvo frente a una sala de juntas vacía, luego giró hacia lo que creyó que era la salida, pero terminó en una zona de archivo.
Suspiró y continuó caminando, lo peor era que no había nadie cerca que pudiera ayudarlo.
Justo cuando dobló otra esquina, terminó chocando con un hombre que le derramó jugo encima por el impacto.
—¡Lo siento tanto! —exclamó Maikol, apenado.
La camisa de Kaito había quedado empapada de jugo, justo en el centro del pecho, era una mancha que no podía ignorarse.
—Te he ensuciado la camisa —añadió, apretando los labios—. Prometo limpiarlo. ¿Me acompañas al baño?
Maiko