Cruzar la frontera de la Luna Sangrienta era como entrar en otro mundo. El aire cambiaba. Se volvía más denso, cargado de una magia fuerte que danzaba sobre la piel como un susurro antiguo. Callie sintió cada vello de su cuerpo erizarse en cuanto sus pies tocaron el suelo de la manada.
—Estamos cerca —murmuró a Nora, que venía justo detrás, también en su forma humana, con los ojos escaneando el bosque.
Fue en el instante siguiente que todo ocurrió.
Sombras aparecieron entre los árboles, surgiendo de los troncos como fantasmas armados. En un abrir y cerrar de ojos, estaban rodeadas. Siete lobos gigantescos, de pelajes densos y ojos brillantes, gruñían a su alrededor con intensidad depredadora. Los dientes expuestos centelleaban bajo la luz pálida del amanecer.
Callie alzó las manos despacio, en un gesto de rendición. Sus rodillas tocaron la tierra húmeda, el corazón desbocado de desesperación.
—¡Venimos en nombre de River! —dijo ella, la voz temblorosa, pero firme—. ¡Viajábamos con é