El sol apenas había terminado de subir en el cielo grisáceo cuando Lyra dejó el claro, los pasos ligeros sobre el suelo cubierto de hojas húmedas. Su piel todavía sentía el rastro del beso de la noche anterior, caliente, inesperado, pero delicioso.
No sabía qué era peor: el hecho de haberlo disfrutado o no haberlo apartado de inmediato.
—Buenos días, Lyra —River apareció a su lado, los brazos cruzados y una sonrisa perezosa en los labios—. ¿Dormiste bien, lista para continuar?
Lyra puso los ojos en blanco ante tanta preocupación de él, pero en su expresión había un toque de diversión. Los últimos días habían quebrado parte de su armadura y, aunque no lo admitiría ni bajo tortura, se sentía más ligera cerca de él.
—Soñé que por fin cerrabas esa boca y dejabas de tratarme como si fuera de cristal, ¿puedes creerlo? —respondió, secándose el rostro con las manos antes de mirarlo—. Lástima que no fuera un sueño profético.
River rió, negando con la cabeza.
—Eso casi sonó amable. Me estás p