Mundo ficciónIniciar sesiónAlejandra, la ahijada de Alice que había vivido con ellos de toda la vida en la familia, el miembro de confianza en el Consejo de directores de Giordani Investments, la amante de toda la vida...Una ramera.. . .tenía belleza e inteligencia y sabía cómo usarlos para sacar provecho. Y, encima de todo aquello, era astuta y sabía muy bien a quién tenía que mostrarse como realmente era.
Que se hubiera atrevido a revelarse a Santi tal y como era había sido, en opinión de Amanda, la primera equivocación que Alejandra había cometido en su larga campaña para conseguir a Vito. Tal vez había conseguido que ella huyera como una cobarde, pero no iba a salirse con la suya con respecto a Santi.
Amanda cerró los ojos por un momento, intentando calmar su mente, pero el pasado siempre encontraba la manera de colarse en su presente, los recuerdos amargos de ese pasado que tanto hieren. Y cuando se trataba de Alejandra Ballardo, su recuerdo era como un veneno lento que se deslizaba por sus venas, quemando cada parte de ella.
Amanda dejó escapar un suspiro amargo. Alejandra siempre había sido una presencia constante en la vida de Vittorino, fueron amantes en su juventud, con el tiempo ella se caso con el mejor amigo de Vitto, pero al año el esposo y amigo de Vitto murio en un accidente de transito. Al pasar el tiempo luego del fallecimiento del esposo de Alejandra. Ella alta, de una belleza indiscutiblemente italiana, con una inteligencia afilada como una navaja y una lengua venenosa que sabía exactamente dónde y cuándo atacar, utilizó sus mañas, volviendo a enrrollar a Vitto en sus redes. Sabía cómo manipular a Vittorino, cómo jugar con su mente, cómo hacerle ver lo que ella quería que viera. Y, sobre todo, sabía a quién engañar y a quién no.
Amanda lo había visto. Lo había sentido en su propia piel cuando años atrás, aquella noche, meses antes de su separación, Alejandra la acorraló en la biblioteca de la villa de los Bianchi Giordani.
—Eres tan ingenua, Amanda —le había dicho, con esa sonrisa burlona que tanto odiaba—. ¿En serio crees que Vitto te ama?
Amanda quiso ignorarla, pero Alejandra no se lo permitió. Dio un paso más cerca, reduciendo la distancia entre ellas.
—Tú solo fuiste un error. Un accidente. Él se casó contigo porque no le quedó de otra. ¿O es que acaso olvidas que estabas embarazada?
Amanda sintió el nudo en su garganta, pero no le daría el placer de verla dudar.
—Vittorino y yo nos amamos. Respondió Amanda
La risa de Alejandra fue como un látigo.
—Dime, ¿realmente lo crees? ¿En serio piensas que si no hubieras estado embarazada, él hubiera dejado todo por ti?
Amanda apretó los puños.
—Eres cruel, mal intensionada, en otras palabras toda una arpía, Alejandra, una bruja.
—No, querida. Soy sincera. Yo lo conozco mejor que nadie. Yo sé lo que necesita, lo que desea, yo lo complemento. Y te aseguro que nunca fuiste tú.
Amanda sintió cómo el mundo se derrumbaba un poco más.
—Mírate ahora… —continuó Alejandra con veneno en la voz—. Todo este jueguito de esposa perfecta, de familia feliz… No es más que un castillo de arena esperando la marea. Y créeme, Amanda, la marea está por llegar y yo con ella.
Ese día, Amanda había salido de la biblioteca con el alma destrozada, pero se prometió a sí misma que no le creería. Que no permitiría que Alejandra la hiciera dudar del amor de Vittorino.
Pero el tiempo le demostró que, quizás, ella nunca estuvo equivocada.
Ahora, con Santi sufriendo por las mismas mentiras que una vez la hirieron a ella, Amanda supo que no podía permitir que la historia se repitiera.
Alejandra la había destruido demasiado. Pero no lo haría con su hijo, las palabras de Alejandran, eran palabras que calan, que duelen y ella no dejaría que le hicieran daño a su hijo. Esa noche Amanda motivo al niño que le comentara que le dijo Alejandra.
Santi sollozaba sin consuelo, su pequeño cuerpo temblaba entre los brazos de Amanda, mientras ella intentaba calmarlo con suaves caricias en su cabello. Le dolía verlo así, roto, confundido, herido por palabras que un niño jamás debería escuchar.
—Mamá… —murmuró entre lágrimas, su vocecita quebrada por el dolor—. Yo… yo no quiero volver con papá.
Amanda sintió su corazón encogerse, pero se obligó a mantenerse firme por él.
—Mi amor, a ti te gustaba ir a casa de tu padre y de tu abuela.
Santi se aferró más a ella, como si temiera que si la soltaba, el mundo lo arrastraría a un abismo.
—Alejandra, la amiga de papa… —susurró con rabia y tristeza—. Ella… ella me dice que es la novia de papa y otras cosas horribles.
Amanda cerró los ojos por un instante. Lo sabía. Esa arpía no tenía límites.
—Cuéntame, mi vida, dime qué te dijo —insistió con suavidad.
Santi alzó la mirada, sus ojitos enrojecidos brillaban con una mezcla de confusión y dolor.
—Estábamos en la casa de la abuela Alice, en navidad, papá se había ido a una reunión y me quedé con Alejandra. Ella me miró y sonrió raro… y luego me dijo… me dijo que… —Su voz tembló—. Que mi papá no me quería.
Amanda sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Eso no es verdad, Santi.
Pero su hijo sacudió la cabeza con fuerza.
—¡Sí lo es! Ella me dijo que yo solo soy una carga para él… Que él no quería que naciera, cuando tú estabas embarazada, pero que tú te aferraste a mi y por eso él se casó contigo. Que yo les arruiné su vida.
Amanda sintió como si le arrancaran el alma.
—Eso no es cierto, hijo.
Santi sollozó con más fuerza.
—También dijo que tú nunca fuiste suficiente para papá. Que él en realidad la ama a ella y que en cuanto termine el divorcio,. . . van a casarse… Y que cuando eso pase, yo ya no seré importante en la vida de mi padre.
Amanda lo abrazó con más fuerza, conteniendo sus propias lágrimas.
—No vuelvas a decir eso, mi amor. Tú eres lo más importante para mí… y para tu papá también.
—¡No! —gritó Santi, con un dolor desgarrador—. Si me quisiera, no dejaría que Alejandra me dijera esas cosas. No dejaría que me sintiera así.
Amanda no supo qué responder. Porque, en el fondo, tenía razón. Vittorino permitía que esa víbora se metiera en sus vidas, que envenenara todo lo que tocaba, la enveneno a ella y ahora lo hacía con el niño.
Respiró hondo, besando la frente de su hijo.
—Escúchame bien, Santino —le dijo con la voz más firme que pudo reunir—. Nada de lo que te dijo Alejandra es cierto. Tu papá te ama, aunque a veces tome malas decisiones. Y yo jamás permitiré que nadie te haga daño.
Santi se acurrucó contra su madre, todavía sollozando, pero con la certeza de que en sus brazos siempre encontraría refugio. Pero Amanda sabía que esto no podía quedar así. Alejandra había cruzado una línea peligrosa. Y ella no iba a quedarse de brazos cruzados.
Ella protegería a su hijo, cuando se separaron Vito había tardado un año en ganar el derecho legal para hacer que Santi fuera a visitarlo a Italia. Antes de eso, había tenido que ir a Barcelona si quería estar algún tiempo con su hijo. Desde entonces, la abuela del niño se encargaba de llevárselo y de devolvérselo a su madre. Así que si tenía que usar esta situación con Alejandra lo haría.







