La noche había sido larga y agotadora. En el silencio del estudio Amanda recordaba las palabras de Santi, como entre lágrimas y sollozos, se negaba rotundamente a viajar a Napoles. Amanda lo había intentado todo: paciencia, explicaciones, palabras dulces… pero nada servía, una y otra vez las palabras del niño venían, …—Mamá, yo no quiero ir… Para papá yo solo soy una carga, una obligación, nada más —las palabras del niño le atravesaban el alma como cuchillas—. Él no me quiere. Que se quede con su novia Alejandra, con quien se va a casar. Yo no iré más a su casa.Dos horas más tarde, salió del dormitorio de su hijo, Amanda cerró la puerta tan sigilosamente como pudo. Luego, con un gesto de agobio y aceptación, se apoyó contra ella. Santi se había quedado dormido, por fin . Sin embargo, todavía podía escuchar los quejidos del pequeño de cinco años, que le habían partido el corazón.Amanda sintió un lazo en la garganta. Ver a su hijo tan herido la devastaba. Santi no tenía por qué carga
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