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2.PALABRAS QUE DUELEN

La noche había sido larga y agotadora. En el silencio del estudio Amanda recordaba las palabras de Santi, como entre lágrimas y sollozos, se negaba rotundamente a viajar a Napoles. Amanda lo había intentado todo: paciencia, explicaciones, palabras dulces… pero nada servía, una y otra vez las palabras del niño venían, …

—Mamá, yo no quiero ir… Para papá yo solo soy una carga, una obligación, nada más —las palabras del niño le atravesaban el alma como cuchillas—. Él no me quiere. Que se quede con su novia Alejandra, con quien se va a casar. Yo no iré más a su casa.

Dos horas más tarde, salió del dormitorio de su hijo, Amanda cerró la puerta tan sigilosamente como pudo. Luego, con un gesto de agobio y aceptación, se apoyó contra ella. Santi se había quedado dormido, por fin . Sin embargo, todavía podía escuchar los quejidos del pequeño de cinco años, que le habían partido el corazón.

Amanda sintió un lazo en la garganta. Ver a su hijo tan herido la devastaba. Santi no tenía por qué cargar con los resentimientos y celos de los adultos. Había tratado de ampararlo, pero al parecer, no había sido suficiente. Ella ya había dado el paso, no podía manejar esto sola, con las palabras que sostuvo con Alejandra y la poca conversación que tubo con Vitto, aquello no podía continuar así. Las lágrimas y las rabietas se habían ido haciendo cada vez peores. Además, el hecho de que Amanda hubiera esperado que el problema se solucionara por sí mismo, no había conseguido más que agravar la situación. Ya había hecho algo al respecto, aunque aquella perspectiva la llenara de un miedo indecible.

Le toco que actuar, de esa forma, pero no había otra. Ahora le quedaba conversar con Alice, su suegra quien tenía que viajar en el vuelo que salía de Napoles a primera hora de la mañana dentro de dos días. Si iba a detenerla, debía hacerlo aquella noche, antes de que todo aquello le causará a su suegra demasiados inconvenientes. A pesar de lo que significaba para ella, tomó  su teléfono y busco  el número de la casa para conversar con Alice Giordany Capelleto, la madre de Vittorino. Quizás ella podría hablar con su nieto y tranquilizarlo.

–Maldita sea –susurró ella en voz baja, mientras bajaba las escaleras.

La perspectiva de efectuar una llamada tan delicada le creó una fuerte tensión en el cuerpo. Mientras caminaba por el salón se preguntó cómo abordar el asunto. Sin embargo pensó –.Ir al grano parecía ser la respuesta más lógica.

Se limitaría a decirle a su suegra que su nieto se negaba a ir a Nápoles con ella. Sin embargo, si lo hacía de aquel modo no tendría en cuenta la frágil sensibilidad de la italiana ni las repercusiones negativas que aquello tendría para ella misma, ya que todos la etiquetarían como la culpable de aquella situación.

Amanda suspiró al pasar frente al espejo del salón no pudo evitar mirar su imagen reflejada. Tenía un aspecto terrible, aunque, si era sincera, aquello no la sorprendía. Las palabras con Santi habían empeorado día a día a lo largo de toda aquella semana. Su rostro no hacía más que reflejar los resultados de demasiadas broncas y demasiadas noches sin dormir. Tenía bolsas oscuras bajos los ojos y la piel tan pálida que si no hubiera sido por los destellos castaños de su rubio cabello hubiera parecido un pequeño fantasma con ojos hundidos.

En realidad, no era tan pequeña con su metro setenta y cuatro de estatura, . .. –Nada de ser enana–. Pensó Mandi. –Maldita sea –susurró ella en voz baja, mientras bajaba las escaleras.

Esbelta, sí, eso tenía que admitirlo. Demasiado esbelta para los gustos de algunas personas. Para los gustos de Vito.

Vittorino Adriano Bianchi Giordani. Aquel era su impresionante nombre completo. Un hombre de recursos, de poder, que era la causa principal de los problemas de ella y  su hijo.

Una vez, ella lo había amado, pero el amor se había convertido en odio. Pero aquello era propio de Vito. Era un hombre de contrastes, atractivo, arrogante, muy versado en el arte de amar. Y mortal si alguien se enamoraba de él.

Amanda se echó a temblar. Se dio la vuelta para no tener que contemplar en el espejo cómo su rostro empezaba a reflejar la amargura que habitualmente mostraba cuando pensaba en Vito.

No solo lo odiaba, sino que también odiaba pensar en él. Vito era el secreto inconfesable que había en su pasado. De hecho, lo único que merecía la pena de él, desde el punto de vista de Amanda, era la evidente adoración que sentía por su hijo. Y, en aquellos momentos, parecía que aquella frágil conexión estaba también amenazada, aunque Vito no lo sabía aún.

–¡Te odio! ¡Y odio a papá! ¡Ya no quiero los quiero más!

Amanda recordó de nuevo, las palabras de su hijo, que le atravesaban el corazón. Santi había dicho aquellas palabras muy en serio, demasiado para lo que un niño, confundido y vulnerable, podía soportar.

Aquellos pensamientos le hicieron recordar lo que la había llevado a aquella habitación, es decir, para hacer algo sobre la furia y la angustia del pequeño Santi.

Por ello, de muy mala gana, se sentó en el sofá, al lado de la mesita del teléfono. Tras respirar profundamente, tomó el auricular. Después de marcar el número, se descubrió rezando para que no hubiera nadie en casa.–Eres una cobarde–.pensó.

–¿Por qué no? Con su experiencia, era normal sentirse cobarde con respecto a Vito. Amanda solo esperaba que fuera Alice la que contestara, la breve conversación con Vitto unos minutos antes fue un caos al final, conversar con su suegra, al menos con ella se podría relajar un poco e intentar sonar normal antes de contarle las noticias. Pero no tuvo aquella oportunidad.

El teléfono sonó varias veces, hasta que una voz masculina contestó, era de nuevo Vitto.

–Ciao, .. ¿Mandi? —era Vittorino.

Amanda sintió cómo su estómago se revolvía. No quería hablar con él.

—Necesito hablar con Alice —dijo sin rodeos.

—No. Dime, se cortó la llamada y he estado llamándote —respondió él con autoridad.

Amanda cerró los ojos con frustración. Claro que no la pondría en la línea. Tendría que lidiar con él.

—Como te dije hace un rato, . . .Santi —dijo finalmente, intentando mantener la calma—. No quiere viajar a Nápoles.

—¡Y tu!, . . . ¿ que le has dicho al niño?—preguntó Vittorino con irritación.

Amanda tragó saliva y repitió, con el mismo dolor con el que lo había escuchado, las palabras de su hijo.

—Dice con un rotundo no, que el viaje a Napole no lo quiere hacer, … Amanda con cierta preocupación, comenta. . . es Alejandra  pon un parado a esas palabras, Vitto. No soy yo.

Del otro lado del teléfono, Vittorino tardó en responder.

—¿Qué clase de tontería es esa? —su voz sonaba ahora más grave, más furiosa.

—No es una tontería, Vittorino. Ella le metió esa idea en la cabeza.

—¿Estas segura? —su tono era un filo de acero.

—El niño manifiesta que te quedes con tu novia, con la que te vas a casar —soltó Amanda sin dudar. Un silencio pesado cayó sobre la llamada.

—¿Que?, no entiendo —preguntó él, con voz contenida.

—Santi lo escuchó de la boca de Alejandra en Navidad. Me lo dijo tiene dias insistiendo con eso, me lo dice entre lágrimas. ¿Te das cuenta del daño que le hicieron?

Vittorino no dijo nada. Amanda sabía que él debía estar procesando lo que acababa de escuchar.

—¿Ahora entiendes por qué no quiere ir? —insistió, con voz tensa—. ¿Qué piensas hacer con esto, Vittorino?

El silencio que siguió le dejó claro que ni siquiera él tenía la respuesta.

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