La mañana parecía estar tranquila, Clara tarareaba algo mientras servía los platos, y Leonardo hojeaba un informe con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Otra vez trabajando a esta hora? —bromeó Clara, dejando la jarra de jugo sobre la mesa—. ¿No se supone que el desayuno es sagrado?
Leonardo levantó la mirada, sonrió apenas y cerró la carpeta. —Solo estaba revisando un par de pendientes. Prometo que no volveré a hacerlo… al menos hasta el segundo café.
Ana lo observó desde su asiento. Llevaba días evitando mirarlo demasiado tiempo. Desde aquella noche, las cosas entre ellos habían cambiado, aunque ninguno lo dijera en voz alta.
—¿Dormiste bien? —le preguntó Leonardo, con tono suave.
—Sí… —Ana bajó la mirada—. Mejor que otros días.
Clara los miró a los dos, con una sonrisa que trataba de disimular la incomodidad. —Bueno, yo duermo bien siempre, por si alguien tenía la duda —dijo, intentando romper la tensión.
Ana y Leonardo rieron levemente, y el ambiente se alivió un poco.
—Hoy tengo que