El Camino al Almacén
El sol aún no había alcanzado el punto más alto del cielo cuando Jasmine sacó el viejo carro del galpón. La madera crujía bajo el peso de los quesos, bien envueltos en paños de algodón y cestas cerradas con esmero. Pedro, con las mangas de la camisa arremangadas y las manos aún manchadas por la reforma del granero, ayudaba a acomodar los productos con el cuidado de quien trata algo precioso.
—¿Estás realmente decidida a ir al almacén hoy? —preguntó, apretando las cuerdas.
—Tenemos pedidos que entregar. Y los clientes de la ciudad confían en mí.
Su mirada era firme, pero había un brillo suave de satisfacción en la comisura de sus ojos.
Roberta, saltando, sostenía un muñeco de trapo y no dejaba de tararear una canción inventada. Pedro la miró con una sonrisa involuntaria. Aquella niña era como una llama viva en medio de la calma.
El camino hacia el pequeño pueblo era sinuoso, bordeado por vegetación nativa y cercas de madera desgastadas por el tiempo.
El carro se ba