El cielo amaneció teñido de un rojo intenso, como si la naturaleza misma presagiara la sangre que pronto se derramaría. Lilith observaba desde lo alto de una colina el valle que separaba los territorios, ahora convertido en tierra de nadie. A su espalda, más de doscientos guerreros aguardaban en silencio, con los músculos tensos y la mirada fija en el horizonte donde comenzaban a distinguirse las siluetas del enemigo.
—Están aquí —murmuró, sintiendo cómo el viento traía consigo el olor inconfundible de la manada rival.
Damián, su segundo al mando, se acercó con paso firme. Sus ojos, normalmente serenos, reflejaban ahora la gravedad del momento.
—Los exploradores confirman que son casi trescientos. Nos superan en número, pero no en estrategia.
Lilith asintió sin apartar la mirada del horizonte. El plan estaba trazado, cada guerrero conocía su posición, cada movimiento había sido calculado con precisión. No era la primera vez que enfrentaba una batalla, pero nunca antes había sentido ta