52

El amanecer llegó con un silencio inquietante. Desde la colina más alta del territorio, Damián observaba cómo los primeros rayos del sol teñían de naranja el horizonte. Su silueta, recortada contra el cielo, parecía la de un centinela eterno. Sus hombros, anchos y tensos, cargaban el peso de las decisiones que había tomado durante la noche.

Lilith lo encontró así, inmóvil como una estatua tallada en piedra. Se acercó sin hacer ruido, pero él percibió su aroma antes de que llegara a su lado.

—Deberías estar descansando —dijo él sin voltear a mirarla.

—Lo mismo podría decirte —respondió ella, deteniéndose a su lado.

El viento frío de la mañana agitaba el cabello de ambos. Abajo, en el valle, los miembros de la manada se preparaban. El sonido metálico de armas siendo afiladas, el murmullo de estrategias discutidas en voz baja, y el ocasional aullido de los lobos más jóvenes que practicaban sus transformaciones.

—La manada de Víctor cruzó la frontera este anoche —informó Damián con voz gr
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