El amanecer apenas se asomaba por las montañas cuando Lilith llegó al claro del bosque. La niebla matutina se deslizaba entre los árboles como fantasmas danzantes, creando un escenario casi místico. Respiró hondo, llenando sus pulmones del aire fresco y húmedo. Este era su momento de paz antes de que él llegara.
Damián apareció minutos después, su silueta recortándose contra la luz dorada que comenzaba a filtrarse entre las ramas. Vestía solo unos pantalones deportivos negros, dejando su torso al descubierto. Lilith intentó no mirar las cicatrices que cruzaban su piel bronceada, mapas de batallas pasadas que contaban historias de dolor y victoria.
—Pensé que no vendrías —dijo ella, estirando sus músculos con deliberada lentitud.
—¿Y perderme la oportunidad de verte sudar? —respondió él con una sonrisa lobuna—. Nunca.
Lilith puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios.
—Hoy trabajaremos en combate cuerpo a cuerpo —anunció, colocándose