La sala del consejo, con sus paredes de madera oscura y ventanales que dejaban entrar la luz del atardecer, se había convertido en un campo de batalla silencioso. Damián permanecía de pie frente a los siete ancianos que conformaban el consejo de la manada, sus rostros arrugados pero sus ojos afilados como dagas. El aire olía a tensión y a cedro viejo.
—Alfa Damián, hemos solicitado esta audiencia por una preocupación creciente entre los miembros del consejo —comenzó Héctor, el más antiguo de todos, con su barba blanca y sus manos nudosas apoyadas sobre la mesa de roble—. La presencia de la omega Lilith en nuestro territorio está causando... inquietud.
Damián mantuvo su postura firme, aunque por dentro sentía que un fuego comenzaba a arder en su pecho. Sabía perfectamente a dónde se dirigía esta conversación.
—¿Inquietud? —respondió con voz controlada—. Lilith ha demostrado ser un activo valioso para la manada desde su regreso.
Elena, la única mujer del consejo, se inclinó hacia adelan