La luna se alzaba imponente sobre el bosque, bañando con su luz plateada el claro donde Lilith permanecía inmóvil. El viento mecía suavemente su cabello oscuro mientras sus ojos, fijos en la silueta que se acercaba entre las sombras, reflejaban la determinación que había cultivado durante años.
Damián emergió entre los árboles con ese porte majestuoso que lo caracterizaba como Alfa. Su mirada, antes fría y calculadora, ahora cargaba el peso de quien ha descubierto demasiado tarde lo que ha perdido. Se detuvo a pocos metros de ella, respetando un espacio que ya no sabía si tenía derecho a cruzar.
—Viniste —dijo él, con un tono que oscilaba entre la sorpresa y el alivio.
Lilith no respondió de inmediato. El silencio entre ellos pesaba más que cualquier palabra. Las cicatrices invisibles de su rechazo aún ardían bajo su piel, recordándole cada día lo que había significado no ser suficiente.
—Necesito respuestas —declaró finalmente, su voz firme como el acero—. Y esta vez no me iré sin el