El amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación de Lilith cuando un alboroto en el patio principal de la mansión la despertó. Voces alteradas y pasos apresurados resonaban por los pasillos. Se incorporó de golpe, con todos sus sentidos en alerta. Algo estaba ocurriendo.
Se vistió rápidamente con unos jeans ajustados y una blusa negra que resaltaba su figura. Mientras se calzaba las botas, escuchó un rugido inconfundible. Damián. Su voz de alfa retumbaba en las paredes, pero no era una orden, sino una advertencia.
Cuando Lilith llegó al vestíbulo principal, la escena que encontró la dejó paralizada. Una mujer de cabello dorado como el trigo maduro y ojos color miel estaba de pie frente a Damián. Su postura era sumisa pero determinada, y el aroma que desprendía era inconfundible: omega. Una omega pura, como ella.
—Te he buscado durante años, Damián —dijo la mujer con voz melodiosa—. Mi nombre es Cassandra, y vengo a reclamar lo que me corresponde por derecho.
Lilith permaneció