Mundo ficciónIniciar sesiónEl bosque me recibió sin compasión.
Corrí.
No porque alguien me persiguiera, sino porque quedarme significaba morir. Cada paso alejándome del Claro del Juicio era un latido arrancado de mi pecho. El vínculo roto aún ardía, pulsando como una herida que se negaba a cerrar.
La noche me envolvía, espesa y cruel.
Las ramas me arañaban la piel, el vestido ceremonial se desgarró al engancharse en los arbustos, pero no me detuve. No podía. El territorio neutral comenzaba más allá del Río Sombrío, y si no lo cruzaba antes del amanecer, cualquier manada podía cazarme sin consecuencias.
Una loba sin manada no tenía derechos.
Ni valor.
Ni protección.
Mi lobo gemía dentro de mí, débil, desorientado. El rechazo había dañado el vínculo, pero no lo había destruido por completo. Eso era lo peor. El dolor persistente me recordaba, con cada respiración, que Kael aún existía en algún rincón de mi alma.
—No mires atrás —me obligué a susurrar.
El viento cambió de dirección.
Me detuve de golpe.
El olor.
No pertenecía a mi manada.
Tampoco era de los clanes aliados.
Era más profundo. Más salvaje. Un aroma oscuro, impregnado de peligro y poder. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, no solo por miedo… sino por algo más.
Instinto.
—No —murmuré, retrocediendo.
Las sombras se movieron.
Un crujido grave resonó entre los árboles, lento, deliberado. No era un ataque apresurado. Era una advertencia.
Estaba siendo observada.
Me giré, buscando una ruta de escape, pero ya era tarde.
Una figura emergió del bosque.
Alto. Demasiado.
Su presencia hizo que el aire se volviera pesado, como si la noche misma se inclinara ante él. Llevaba una capa oscura, desgastada por la guerra y la sangre. Su cabello plateado brillaba bajo la luna, y sus ojos… sus ojos eran del mismo color que el metal frío.
Los mismos ojos que me habían observado desde las sombras.
—No temas —dijo, con voz profunda—. Si quisiera matarte, ya estarías muerta.
Tragué saliva.
Sabía quién era.
Todos lo sabíamos.
—Darian Nightclaw —susurré.
El Alfa renegado.
El enemigo del Territorio Norte.
El hombre cuya manada vivía fuera de las leyes, más allá del control de los consejos. El monstruo de las historias que se contaban a los cachorros para que obedecieran.
Él sonrió levemente.
—Así me llaman —respondió—. Pero tú… tú eres Lyria Moonvale.
Di un paso atrás.
—No te acerques.
—Estás sangrando —observó, inclinando la cabeza—. No solo por fuera.
Apreté los puños.
—No necesito tu compasión.
—No te ofrezco compasión —replicó—. Te ofrezco supervivencia.
Un silencio tenso se extendió entre nosotros.
—Tu manada te rechazó —continuó—. Te desterró durante la Luna de Sangre. ¿Sabes lo que eso significa?
Asentí con rigidez.
—Significa que cualquiera puede matarme —dije—. Incluso tú.
Sus ojos brillaron.
—Exacto.
El miedo me recorrió el cuerpo… y, para mi horror, algo más.
El poder dentro de mí se agitó.
Darian lo sintió.
Sus fosas nasales se dilataron.
—Interesante —murmuró—. Tu lobo no está roto. Está… conteniéndose.
—No sabes nada de mí.
Él dio un paso adelante. El suelo pareció responder a su presencia.
—Sé que no eres una traidora —dijo—. Sé quién entregó la información. Sé por qué Kael Blackfang te sacrificó.
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué dijiste?
Darian me miró como si evaluara cada grieta de mi alma.
—Ven conmigo —propuso—. O quédate aquí y muere antes del amanecer.
—¿Y por qué debería confiar en ti?
Se inclinó hacia mí, su voz bajando a un susurro peligroso.
—Porque si te quedas con vida… el equilibrio de los clanes se romperá.
El suelo tembló.
Un aullido distante resonó en la noche.
No era uno.
Eran muchos.
Mi sangre se heló.
—Te han seguido —dijo Darian, sonriendo con lentitud—. Tu antiguo alfa viene por ti.
Mis rodillas flaquearon.
—Kael…
—No —corrigió—. No viene como tu pareja. Viene como tu verdugo.
Me extendió la mano.
—Decide, loba rechazada.
Las sombras se cerraron a nuestro alrededor.
Y detrás de los árboles, los ojos dorados de la manada del Norte comenzaron a brillar.







