Mundo ficciónIniciar sesiónEl bosque no era solo un refugio; se había convertido en un campo de guerra. Cada sombra, cada susurro del viento, escondía un enemigo. Mi lobo rugía dentro de mí, desesperado, instintivo, recordándome que yo ya no era una loba común. Ya no pertenecía a ningún territorio. Ya no tenía manada. Ya no había reglas.
—¡Lyria! —gritó Darian, su voz cortando la tensión como un cuchillo—. ¡Muévete!
Corrí sin pensar. Cada paso levantaba hojas y polvo, mezclándose con la sangre que aún goteaba de mis manos arañadas por las ramas. Las Silenciosas me rodeaban, formando un muro protector, pero no eran suficientes. Los cazadores avanzaban rápido, silenciosos, como sombras letales que se adaptaban a cada movimiento.
—No son lobos —dije jadeando, mientras mi corazón golpeaba contra mis costillas como un tambor de guerra—. Son… algo más.
Darian asintió, apretando los dientes.
—Híbridos. Criados para matar lo que tú eres. No sienten miedo, no sienten compasión. Solo obedecen la sangre y la orden.
Mi estómago se revolvió.
El primer ataque llegó desde los árboles. No fue un solo cuerpo, sino una lluvia de figuras encapuchadas que descendieron entre los troncos y la oscuridad. Sus lanzas negras brillaban con símbolos antiguos que parecían moverse, vivos, emitiendo una luz enfermiza y pulsante. Los Silenciosos bloquearon la primera oleada, pero algunos caían, atrapados, empalados, sin emitir sonido.
—¡Protégela! —rugió Darian, empujándome detrás de él mientras bloqueaba un ataque con su propia garra.
—¡Yo no soy indefensa! —grité, ignorando el dolor que me recorría.
El poder respondió antes de que pudiera controlarlo. Una onda oscura se disparó desde mi pecho, lanzando a dos cazadores contra los troncos con un crujido que hizo que mis entrañas se contrajeran. Grité otra vez, horrorizada por la fuerza que había desatado.
—Respira —ordenó Darian—. O te romperás desde dentro.
Pero era imposible respirar. Cada inhalación era fuego. Cada latido de mi corazón parecía un tambor de guerra en la garganta. Kael se lanzó al combate, sus músculos tensos, su lobo parcial emergiendo, furia pura emanando de cada movimiento. Incluso él parecía superado, cada golpe que lanzaba era una danza desesperada contra la muerte que avanzaba.
—¡Van directo a ella! —rugió uno de los guerreros del Norte, apenas capaz de contener su propio miedo.
El líder de los Silenciosos se inclinó hacia mí.
—Portadora —dijo—. Si caes en sus manos, no quedará nada de ti. Extraerán tu sangre. Tu poder. Te vaciarán viva.
El estómago se me contrajo.
—¿Vaciarme? —pregunté, con un hilo de voz.
—Sí —confirmó—. Te necesitan viva, pero solo como recipiente. No para ti misma.
Los cazadores avanzaban más rápido, cortando árboles con precisión letal. Sus movimientos eran casi inhumanos, cada uno coordinado, letal, silencioso. Mi corazón latía al borde de la locura. Sentí miedo, sí, pero también algo más… algo oscuro y primitivo que se agitaba dentro de mí.
—No voy a morir —gruñí, dejando que el poder fluyera.
El suelo tembló. Las raíces negras surgieron de la tierra como serpientes vivientes, envolviendo piernas, brazos, lanzas y gargantas. Los cazadores gritaron, pero no todos caían. Algunos se liberaban, como si algo los protegiera, algo más allá de mi control.
—Kael… —susurré entre dientes, viéndolo luchar como un monstruo furioso, incapaz de controlar su lobo, pero decidido a protegerme—.
Me volteé y vi a Darian cubriéndome de varios flancos, moviéndose con precisión letal. Sus ojos plateados brillaban con intensidad, evaluando cada movimiento, cada amenaza, cada respiro de poder que emanaba de mí.
Pero entonces lo sentí. Un dolor agudo atravesó mi espalda. Me giré para ver la hoja negra incrustada en mi costado, un cazador detrás de mí sosteniéndola con firmeza. Su capucha se deslizó, revelando un rostro joven, marcado con símbolos grabados con fuego, ojos rojos como brasas.
—Perdóname —susurró antes de que mis raíces lo derribaran.
El poder estalló de nuevo. Esta vez, no controlado, no consciente. Una ola de energía negra y plateada se expandió por todo el bosque, lanzando cazadores contra los árboles, haciendo que los troncos crujieran y las hojas volaran como llamas. Kael y Darian se vieron obligados a retroceder, apenas soportando la fuerza que emanaba de mí.
—¡Lyria! —gritó Darian, corriendo hacia mí—. ¡Mantén el control!
Pero no podía. No quería. El dolor, la traición, la humillación, la ira y el miedo se habían mezclado dentro de mí, creando algo que nadie podía contener. No era solo poder. Era mi fuerza. Mi lobo despertado. Mi sangre antigua.
El líder de los Silenciosos avanzó hacia mí, inclinando la cabeza con respeto.
—La sangre recuerda —murmuró—. Y ahora recuerda a su dueña.
De repente, un aullido estremeció la tierra. No era de los cazadores. Ni de los Silenciosos. Ni siquiera de Kael. Era más profundo, más antiguo, hambriento.
Darian se tensó.
—Eso… no es de ellos.
Kael apretó los dientes, sus ojos negros como la noche llena de miedo y fascinación.
—Entonces… ¿qué es?
El líder de los Silenciosos alzó la cabeza, alerta, y señaló hacia la profundidad del bosque.
—Los verdaderos enemigos han llegado.
Mi corazón se detuvo por un segundo. Pero luego, como un fuego imparable, mi lobo rugió.
Porque ya no huía.
Porque ya no era una víctima.
Porque si querían mi sangre…
Tendrían que tomarla de mí viva.







