LA ELECCIÓN DE LA LOBa RECHAZADA

 

La noche pareció contener el aliento.

Los aullidos se acercaban, cada vez más claros, más cercanos. No necesitaba olerlos para saberlo. Conocía esas voces. Había crecido escuchándolas, luchando junto a ellas, confiando mi espalda a esos mismos guerreros que ahora venían a cazarme.

Mi antigua manada.

Mi lobo se encogió dentro de mí, herido, confundido. El vínculo roto volvió a arder, como si Kael estuviera demasiado cerca. Demasiado consciente de mí.

Darian seguía frente a mí, inmóvil, su mano extendida como una promesa peligrosa.

—No tienes tiempo —dijo con calma—. Ya cruzaron el límite del bosque.

Mis dedos temblaron.

Si huía sola, moriría.

Si iba con él… todo lo que me habían enseñado decía que era peor que la muerte.

—¿Por qué? —pregunté, con la voz rota—. ¿Por qué ayudarme?

Los ojos plateados de Darian se clavaron en los míos.

—Porque el poder que despertó en ti no debería estar en manos del Norte —respondió—. Y porque alguien quiere verte muerta antes de que lo comprendas.

El suelo vibró bajo mis pies.

Una presencia conocida golpeó mi pecho.

Kael.

Su aura me alcanzó incluso antes de verlo. Fuerte. Dominante. Furiosa.

Mi respiración se volvió errática.

—Demasiado tarde —murmuró Darian.

Las sombras se apartaron.

Kael Blackfang emergió entre los árboles, acompañado por cinco guerreros. Sus ojos negros brillaban con una mezcla de rabia y algo más oscuro. Algo que nunca había visto en él.

—Aléjate de ella —ordenó, su voz resonando como un trueno.

Darian no se movió.

—Sigues dando órdenes como si el mundo aún te obedeciera, Kael.

La tensión estalló en el aire.

—Esa loba pertenece al Territorio Norte —rugió Kael—. Su castigo aún no ha terminado.

Mi corazón se quebró.

—¿Castigo? —susurré.

Kael no me miró.

—Ha escapado del destierro —continuó—. Eso la convierte en una amenaza.

—Ella ya no es tuya —respondió Darian con frialdad—. La rechazaste ante la luna.

Kael apretó los puños.

—Eso no le da derecho a tocarla.

El vínculo gritó dentro de mí.

—¡Basta! —grité.

Todos se volvieron hacia mí.

—No soy un objeto —continué, con la voz temblorosa—. No soy territorio. Ni castigo. Soy una loba… y sigo viva.

Kael me miró por primera vez desde el rechazo.

Por un segundo, vi duda.

Luego desapareció.

—Lyria —dijo—. Ven conmigo. Esta es tu última oportunidad.

—¿Para qué? —pregunté—. ¿Para morir en silencio?

El silencio fue respuesta suficiente.

Los guerreros del Norte se tensaron, listos para atacar.

Darian dio un paso adelante, colocándose frente a mí.

—Si la quieres —dijo—, tendrás que pasar sobre mí.

Un relámpago cruzó el cielo.

El primer golpe fue brutal.

Kael se lanzó, su lobo rozando la superficie, la furia contenida explotando. Darian respondió con la misma fuerza. El choque sacudió el bosque, haciendo que los árboles se inclinaran.

Los guerreros avanzaron.

Mi lobo rugió.

Algo dentro de mí se rompió… y luego se abrió.

Un calor oscuro explotó desde mi pecho, recorriendo mis venas como fuego líquido. El suelo bajo mis pies se agrietó.

—Lyria, aléjate —gritó Darian.

No pude.

La luna de sangre brilló con violencia.

Un aura negra y plateada se alzó a mi alrededor, empujando a todos hacia atrás. Los guerreros cayeron al suelo. Kael se detuvo en seco, los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué eres…? —susurró.

Yo tampoco lo sabía.

Pero lo sentía.

Poder.

Antiguo. Salvaje. Despierto.

Darian me miró con algo que no era miedo.

Era reconocimiento.

—Te encontraron —murmuró—. Demasiado pronto.

Desde lo profundo del bosque, una nueva presencia respondió al estallido.

Más antigua.

Más peligrosa.

Y no venía sola.

El aullido que resonó entonces no pertenecía a ninguna manada conocida.

La luna tembló.

Y todos comprendimos lo mismo al mismo tiempo:

la verdadera guerra acababa de comenzar.

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