Mundo ficciónIniciar sesiónEl aullido desconocido se expandió por el bosque como una grieta en el mundo.
No era solo un sonido.
Los árboles se estremecieron. Las hojas cayeron en silencio, como si la naturaleza misma se arrodillara ante aquello que acababa de despertar. Mi aura seguía latiendo a mi alrededor, negra y plateada, viva, respirando conmigo.
Yo no podía moverme.
No por miedo.
Sino porque algo me estaba reclamando.
Kael fue el primero en reaccionar. Retrocedió un paso, instintivamente, como si su cuerpo entendiera antes que su mente que estaba frente a algo que no podía dominar.
—Eso no es posible… —murmuró—. Ese poder fue erradicado.
Darian no apartó los ojos de mí.
—No —corrigió—. Fue ocultado.
Mi respiración era errática. Cada inhalación me quemaba los pulmones, como si el aire ya no me perteneciera. Mi lobo no gemía ahora. Observaba. Despierto. Atento. Antiguo.
—Lyria —dijo Darian con voz firme—. Mírame. No dejes que te consuma.
Intenté enfocarme en él.
En sus ojos plateados, que reflejaban algo más que peligro. Había respeto allí. Y… advertencia.
—¿Qué está pasando conmigo? —susurré.
Antes de que pudiera responder, el bosque volvió a temblar.
Desde la oscuridad surgieron figuras.
No cinco.
Docenas.
Lobos de gran tamaño, con marcas que nunca había visto. Sus ojos no eran dorados ni ámbar, sino grises, opacos, como piedra vieja. Se movían con disciplina, formando un semicírculo perfecto.
Una manada sin emblemas.
Sin territorio.
Sin ley.
Los Silenciosos.
Mi sangre se heló.
—Eso es imposible —dijo uno de los guerreros del Norte—. Son solo mitos.
—Los mitos no te rodean —respondió Darian con frialdad—. Estos sí.
Una figura avanzó desde el centro.
Era más alto que Kael. Más ancho. Su pelaje era negro azabache, atravesado por vetas plateadas naturales, como cicatrices de luna. Cuando habló, no transformó su forma.
No lo necesitó.
—La Portadora ha despertado —dijo, con una voz que no pertenecía a una sola garganta—. La sangre antigua responde.
Mi cabeza palpitó.
—¿Portadora? —repetí.
Kael dio un paso adelante.
—Sea lo que sea —rugió—, esta loba pertenece al Territorio Norte.
El líder de los Silenciosos giró lentamente la cabeza hacia él.
—Tú —dijo—, rompiste el vínculo bajo luna de sangre.
El aire se volvió denso.
—La declaraste indigna —continuó—. La ofreciste al olvido.
Sus ojos grises se clavaron en Kael.
—Has cometido un error que tu linaje no podrá pagar.
Kael apretó la mandíbula.
—No reconozco tu autoridad.
El Silencioso sonrió.
Fue lo más aterrador que había visto.
—No necesitas hacerlo.
Se volvió hacia mí.
—Lyria Moonvale —pronunció mi nombre como si siempre le hubiera pertenecido—. Hija del linaje sellado. La luna no te rechazó.
Mi corazón se detuvo.
—Te escondió.
El mundo pareció inclinarse.
Recuerdos que no eran míos atravesaron mi mente: círculos de piedra antiguos, lobos arrodillados ante una mujer cubierta de sombras plateadas, sangre derramada para sellar un poder que no debía ser controlado por alfas.
—Estás mintiendo —susurré—. Yo soy solo…
—Una omega criada para no hacer preguntas —terminó Darian—. Para no despertar.
Kael se giró hacia él con furia.
—¿Qué sabes tú de esto?
—Más de lo que tu consejo te permitió aprender.
Mi aura estalló de nuevo.
Grité.
El suelo se abrió bajo mis pies, formando grietas que se extendieron como venas vivas. Los Silenciosos no retrocedieron.
Se arrodillaron.
Uno por uno.
Mi respiración se quebró.
—No —dije—. No quiero esto.
El líder alzó la cabeza.
—No importa.
Kael me miraba ahora como si no me reconociera.
—Lyria… —dijo, más bajo—. Si vienes conmigo, podemos encontrar una solución. El consejo…
—¿Solución? —reí, rota—. ¿Como cuando me rechazaste sin escucharme?
Su silencio fue una respuesta.
Darian dio un paso a mi lado.
—No volverá con vosotros —declaró—. Ni hoy. Ni nunca.
El líder de los Silenciosos inclinó la cabeza.
—La Portadora debe elegir —dijo—. Sangre o libertad.
—¿Elegir qué? —pregunté—. ¡No entiendo nada!
El Silencioso extendió una garra hacia su pecho y la hundió sin vacilar. Sangre negra cayó sobre la tierra.
—Si vienes con nosotros —explicó—, aprenderás a controlar lo que eres… a costa de tu pasado.
Miró a Darian.
—Si te quedas con el Alfa Renegado, serás protegida… pero cazada.
Finalmente, miró a Kael.
—Si regresas con tu manada, el poder será sellado de nuevo.
Mi lobo rugió.
No quería jaulas.
Ni sellos.
Ni mentiras.
—¿Y si no elijo? —pregunté.
El Silencioso sonrió de nuevo.
—Entonces el poder elegirá por ti.
La luna de sangre comenzó a fracturarse.
No físicamente.
Energéticamente.
Un segundo aullido respondió desde más allá del bosque.
Este no era antiguo.
Era hambriento.
Darian se tensó.
—Eso no es de ellos.
Kael frunció el ceño.
—Entonces… ¿qué es?
El Silencioso alzó la cabeza, alerta por primera vez.
—Cazadores.
Mi sangre se volvió hielo.
—¿De lobos?
—De Portadoras.
Las sombras se cerraron.
Y supe, con una certeza aterradora, que mi existencia acababa de convertirse en una guerra abierta.







