STEFANO HARRISON
Presiono las manos en el volante y me concentro en ver la carretera.
Me estiro el cuello de la camisa intentando tranquilizarme. No lo consigo.
No puedo dejar de pensar en sus labios cubiertos de helado de vainilla, hinchados y rosáceos. ¡Jesús!, los imaginé untados de otra cosa. Un maldito enfermo.
Pero como no pensarlo si ya fue Mía, consumí su cuerpo, me sacie hasta quedar complacido.
Menuda mierda Stefano Harrison. En qué jodida mierda te metiste.
No me pude contener más y tuve que hacerme una paja en el baño de caballeros. ¡¡En una maldita heladería!!
Sí, como un puto depravado.
–A dónde vamos– la mujer que tengo al lado mira para todos lados.
Dije que íbamos a hablar, pero no especifiqué en donde. En mi oficina no puede ser porque Salvatore podría aparecer en cualquier momento. Es mi casa mucho peor porque Lía estará allí.
–A uno de mis departamentos– la comisura de sus labios se curvan en una ligera sonrisa.
No, no voy a coger con ella. Vamos a hablar.