Gael Costa
Mantengo los ojos cerrados recordando toda mi confrontación con Brayan sus reclamos la furia en su voz mientras marca territorio después de regresar a la sala cuando me quede solo.
Brayan me estudia con mirada inquisitiva.
Sabe que estoy consciente. Sabe que no mentí. Y, aun así, no ha dicho una palabra desde que entro en la sala.
Abre la puerta con brusquedad. Está solo. Cierra sin decir nada, y se queda parado frente a mí. Sus ojos son una mezcla de furia y algo más profundo… dolor.
—¿Vienes a reclamar lo que no es tuyo? —pregunta, sin rodeos.
Me enderezo en el sofá. No tengo fuerzas para levantarme, pero tampoco las necesito. No pienso retroceder.
—No aquí tú no tienes nada.
—Conveniente —escupe—. ¿Y ahora qué? ¿Vienes a jugar al héroe porque crees que un apellido te da derecho a algo?
—No vine por un lugar —respondo con calma—. Vine por ella. Porque su vida corre peligro. Porque la sangre que compartimos la hace blanco del mismo infierno que a mí me destruyó.
Brayan da