Richard Müller
El zumbido constante de los motores del avión es el único sonido que me permite organizar mis pensamientos. Miro a Alejandra dormida, con nuestra hija acurrucada en su regazo, y siento un alivio efímero. Hemos salido del pueblo, hemos burlado a Mario… pero sé que esto apenas es el inicio.
Tessa se acerca, inclinándose con la naturalidad de alguien que nunca pierde el control:
—Todo ha salido según lo planeado. Jonathan ya habló con Dubois; su gente nos espera en Nueva York.
—Perfecto —respondo sin apartar la vista de mi familia—. Pero no confío del todo en Dubois, y mucho menos en la gente que Jonathan trae consigo.
—¿Gael y Darío? —Menciona recordándome que ellos también no son de mucha confianza.
Asiento con un gesto serio.
—Sí. No dudo de sus capacidades, pero la lealtad es otra cosa. Y en este momento, lo único que no podemos permitirnos son fisuras dentro del grupo.
Tessa se cruza de brazos, evaluando mis palabras con una sonrisa enigmática.
—Entonces, ¿qué p