Alejandra Marie Costa
Finalmente llegamos a nuestro destino: un rincón olvidado en lo más recóndito de una ciudad que ni siquiera aparece en los mapas. Aquí, según lo prometido, estaríamos a salvo del alcance de mi padre.
Aunque, siendo sincera, a estas alturas lo dudo. Sin embargo, debo aferrarme a esa esperanza. Por el bien de mi pequeña hija. Por Marian. Por Lina.
A veces, la fe en lo improbable es lo único que nos mantiene firmes.
Mi atención no se relaja ni un segundo. Escaneo cada rostro con cautela, en busca de alguna señal, un gesto extraño, una mirada demasiado prolongada... cualquier cosa que pudiera representar una amenaza. Pero hasta ahora, todo transcurre con una calma que, paradójicamente, me inquieta.
El pueblo es pintoresco, casi de cuento. Las personas son amables, hospitalarias, e incluso curiosas ante la llegada repentina de tres mujeres y un bebé. Con el paso de los días, tratamos de integrarnos. Salimos a comprar víveres, conversamos con algunos vecinos, fingimos