La madrugada tenía la densidad de una verdad pendiente.
Sebastián se quedó despierto mirando la calle como si pudiera encontrar en el asfalto una respuesta que los archivos no le dieron. Unos tonos apagados de la ciudad se colaban por la ventana: luces que titilaban, un camión que pasaba de largo, el murmullo puntual de gente que vive porque ignora cómo se arma una guerra. Encendió otra taza de café sin quererla; estaba frío al primer sorbo. No por el sabor —el café siempre era café— sino porque la noche le habían robado cualquier posibilidad de ilusión.
Revisó una vez más los documentos abiertos en la pantalla. Había firmas, flujos de dinero, pseudónimos. Pero entre columnas y códigos había algo peor: decisiones humanas convertidas en cadena. Carlos no había sido solamente astuto; había sido paciente. Y la paciencia, en ese caso, se medía en vidas que otros daban para sostener sus planes. La palabra "renacimiento" —la que él mismo había usado en esos papeles clandestinos— le sonaba a