Capítulo 75

En el ascensor del hotel, la cámara de seguridad me observaba con su lente ciego. Sabía que, si *ellos* querían, podrían acceder a la grabación y verme entrar. Pero fingí normalidad.

Dentro de la habitación, revisé el perímetro. Cables, marcos, salidas. Todo limpio. Hasta que vi la esquina inferior del espejo del baño: un punto negro apenas visible. Un micrófono.

“Así que ya sabían dónde buscarme”, murmuré.

Lo desactivé con un golpe seco. Después, encendí la computadora vieja que usaba solo para comunicaciones encriptadas y abrí el canal secundario: una conexión aislada que solo Isabella y yo conocíamos. No había mensajes nuevos, pero el suyo seguía allí, el último, con una línea corta que ella había enviado semanas atrás:

> *¿Alguna vez pensaste en quedarte?*

No había respondido. No porque no quisiera, sino porque quedarse era morir. Ella lo entendía, aunque doliera.

Y sin embargo, leer esas palabras me hizo sentir que el mundo volvía a pesarme.

Cerré el portátil y apoyé la cabeza co
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