En el presente...
Isabella había estado emocionada con la idea de iniciar esta nueva etapa en sus vidas. Carlos había conseguido un empleo en la gran ciudad, y decidieron mudarse con su hija Eva, a un apartamento cercano a la oficina. Isa estaba convencida de que esta decisión era la correcta, pues significaba estar juntos como familia y construir un futuro mejor.
Los primeros días fueron agitados, con la mudanza, la adaptación a la nueva ciudad y la organización del apartamento. Pero Isa estaba feliz. Sentía que su vida familiar ya era muy satisfactoria y anhelaba con entusiasmo lo que el futuro tenía reservado para ellos. Además, se acercaba una fecha especial: el 28 de marzo, su tercer aniversario de boda.
«Oh, Dios, el tiempo ha pasado muy rápido» pensó, al mismo tiempo que se volvía hacia la sala de estar, donde Eva jugaba con sus muñecas.
Isa sonrió, pensando en la sorpresa que prepararía para Carlos.
Pasó el día limpiando y cocinando su platillo favorito. Imaginaba la alegría en el rostro de su esposo al llegar a casa y encontrar la cena lista y una velada romántica preparada con tanto amor. Sin embargo, a medida que pasaban las horas, la preocupación comenzó a tomar forma en el corazón de Isa. Carlos no regresaba y no contestaba el teléfono. Preocupada, decidió ir con su hija a la oficina de Carlos para buscarlo.
Al llegar al edificio, en el que funcionaba la empresa donde Carlos trabajaba el guardia de seguridad la reconoció al instante.
—Señora Isabella, que sorpresa verla por aquí —El guardia ladeo la cabeza, conmocionado por su presencia.
—Buenas noches, William —Isabella le ofreció una sonrisa, mirando alrededor del lugar —¿Mi marido ya salió de su oficina? Es que no ha llegado a casa.
—Eh… No recuerdo haberlo visto salir… —El guardia se veía realmente apenado —Comprobare las cámaras de seguridad, espere un momento aquí.
Isabella asintió y lo observó marchase hacia una habitación detrás del mostrador. La curiosidad hacia estragos en su cabeza, asique antes de que el guardia regresara decidió avanzar en el interior del edificio.
Frunció el ceño, cuando a medida que más se adentraba en el lugar ruidos extraños parecían escucharse. Isa escuchó ruidos extraños que provenían de la oficina de su esposo. Intrigada, se acercó con cautela junto a Eva y, desde una abertura en la puerta entreabierta, pudo ver la escena que la dejó paralizada.
«No. no, Dios.»
Carlos estaba allí, pero no estaba solo.
Sobre su escritorio estaba Bella, la hija del presidente de la empresa. Bella era conocida en la compañía por su atractivo físico y su alta posición, Carlos nunca había sonado ni un poco interesado al contarle sobre eso a ella.
Pero ahí estaba Bella, sobre el escritorio de su marido, con sus pechos al aire, su vestido ajustado enrollado en su cintura y sus piernas abiertas… Carlos entre sus muslos, frenético ansioso… Como nunca antes Isabella lo había visto.
Isa se sintió paralizada por unos instantes, pero luego, con un nudo en la garganta.
«¡Eso no puede ser real!»
Eva, preocupada por el silencio de su madre, preguntó:
—¿Mamá? —Sus ojos aguados eran un reflejo del dolor de su madre, Eva no sabia que su madre acaba de ver, pero podía sentir el dolor de Isa.
Ella sintió un nudo en la garganta al presenciar la traición de su esposo con alguien que ella consideraba tan superior en todos los aspectos. La ira rápidamente había sido remplazada por el dolor y la vergüenza, luego del embarazo su cuerpo había cambiado demasiado, sus caderas se habían ensanchado notablemente, había subido unos cuantos kilos demás… Sabía que no podía competir contra aquella mujer ni en sueños.
Isa abrazó a Eva con fuerza, tratando de contener el dolor que sentía.
Con voz temblorosa, le dijo
—No pasa nada, mi amor. Vámonos de aquí, ¿sí?
Eva, sin entender completamente la situación, asintió y siguió a su madre mientras salían de la oficina con paso apresurado.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Isa y su cuerpo temblaba de la conmoción. Quiso acercarse, confrontar a Carlos, preguntar por qué, pero algo en su interior se lo impidió. Pensó en Eva, en la familia que habían construido juntos. La sensación de inferioridad la invadió, preguntándose si acaso con el tiempo y los roles que habían asumido, se había convertido en algo menos para su marido.
Antes de que pudiera reaccionar, Isa sintió un dolor profundo en su pecho. Miró a su hija, indefensa y sin saber lo que ocurría, y tomó una decisión. Decidió protegerla, evitando un escándalo que solo causaría más dolor.
Al llegar a casa, Isa se sentó en el sofá, con la mente turbia y el corazón dividido entre la tristeza y la ira. Se secó las lágrimas y miró a Eva, tratando de sonreír débilmente. Eva, con toda la inocencia de una niña, preguntó:
—¿Estás bien, mamá? —
Isa acarició suavemente la cabeza de Eva y respondió con voz entrecortada:
—Sí, cariño. Todo estará bien— Pero en su interior, Isa se sentía destrozada y confundida. Era el comienzo de un duro camino de decisiones y emociones encontradas que tendría que enfrentar.
—Mi amor, todo estará bien —Repitió Isa mientras abrazaba a Eva, le susurró palabras de amor y afecto, y rápidamente se alejó de la escena. No podía soportar quedarse y presenciar más de aquella traición. Sus pasos la llevaron lejos de la oficina, con el corazón roto y la confianza destrozada.
«¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo hacerlo?» Gruesas lagrimas bajaban en silencio por sus ojos, mientras seguía aferrada a su hija.
Isa salió rápidamente con Eva en brazos fuera del edificio, ignoro por completo al guardia de seguridad, después de la traición que había presencia de su esposo ahora solo podía correr y correr, sin mirar atrás, con el corazón latiéndole fuertemente en el pecho
Afuera en la calle, la lluvia caía con fuerza sobre ellas, empapándolas a ambas. Isa lloraba desconsoladamente, temerosa por lo que acababa de presenciar y preocupada por la seguridad de Eva.
—Mamá, tenemos un paraguas —dijo Eva con inocencia, interrumpiendo el tumulto de emociones de Isa.
Al levantar la vista, vio un paraguas negro sobre su cabeza. Siguiendo el paraguas con la mirada, Isa se encontró con la figura de un hombre alto, vestido con un abrigo negro, que sostenía el paraguas protector para ella y su hija. Sus ojos, de un azul profundo e inquietante, parecían examinarla detenidamente. El hombre inclinó el paraguas hacia ellas, protegiéndolas de la inclemente lluvia. Isa no pudo evitar agradecerle entre sollozos al perfecto desconocido.
—Gracias, gracias… —balbuceó Isa, con la voz entrecortada por la emoción y las lágrimas.
El hombre mantuvo una expresión serena, aunque una sombra de melancolía cruzó por sus ojos en un destello casi imperceptible. Después de unos segundos de silencio incómodo, habló con frialdad.
—Está lloviendo muy fuerte. Toma el paraguas y vete. La niña no se puede mojar.
Con un gesto rápido, el hombre puso el paraguas en la mano de Isa y se giró para marcharse. En ese momento, su chofer se acercó para sostener el paraguas, permitiendo que el hombre se esfumara en la distancia sin decir una palabra más. Isa, con Eva en brazos, miró al hombre alejarse y sintió una extraña intriga por él, por su presencia en ese momento crucial.
Sin detenerse a analizar más la situación, Isa se apresuró a llevar a Eva a casa, queriendo dejar atrás el desconcertante encuentro bajo la lluvia torrencial.
Isa sabía que tenía que refugiarse en su familia, en el amor incondicional de su hija. Trató de mantener la normalidad para ella, sonriendo, jugando en la sala de estar, pero aún recordaba la imagen de Carlos y Bella juntos, el dolor de la traición seguía presente en su corazón.
Y Carlos aun no llegaba a casa
Solo entonces recordó sus excusas del pasado que cada vez eran más irreales ¿Acaso la creía tan tonta?
Mientras acunaba a Eva con ternura, los recuerdos de la traición volvían a su mente de manera vívida. Y luego estaba la mirada del hombre misterioso, sus ojos azules penetrantes, la melancólica expresión que apenas perceptible se dibujaba en su rostro. ¿Quién sería ese hombre y por qué había decidido ayudarlas de esa forma en medio de la lluvia? Eran incógnitas que atormentaban a Isa, haciéndola cuestionarse sobre la verdadera naturaleza de aquel encuentro fortuito.
Una vez más Carlos aun no llegaba a casa… Seguro estaba muy entretenido en los brazos de Bella, su amante.
Minutos más tarde, Isa escuchó el chirrido habitual de la puerta abriéndose, y, aunque su corazón se aceleró al reconocer el sonido, no se movió. Carlos había vuelto. Se quedó en la cocina, con sus manos ocupadas en los platos, tratando de no pensar en lo que había ocurrido horas antes. La cocina estaba repleta del olor a comida casera, una de sus recetas favoritas. Pero el ambiente se sentía tenso.
—Hola, amor —saludó Carlos, entrando en la casa con su abrigo empapado por la lluvia.
Ella le lanzó una mirada rápida desde la cocina, su rostro inmutable.
—Hola —respondió, con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
Carlos dejó su abrigo en la percha y se acercó a la mesa. Los platillos humeantes ahora se habían enfriado, pero él no podía evitar recordar lo que había estado haciendo antes de llegar a casa. Su mente rememoraba la cita furtiva en la oficina, pero esa noche no era el momento de mencionar nada… De hecho, no tenía ninguna intención de decirle la verdad a su esposa.
—Se ve delicioso —dijo, mirando la comida con una expresión entre la sorpresa y la culpa—. Lo siento por llegar tarde, mi jefe me encomendó un proyecto importante, y…
Isa lo interrumpió, ya sabiendo la verdad, aunque él la ignorara.
—No importa, Carlos. La comida está fría, iré a calentarla —respondió mientras se movía hacia el horno, sintiendo el nudo en su estómago.
Mientras calentaba los platos, su mente se llenaba de recuerdos de esa tarde. Había escuchado gemidos provenir de su oficina, había visto la manera en que Carlos miraba a su amante. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si la verdad se impusiera sobre todas las demás realidades.
—¿Estás enfadada? —preguntó Carlos, su tono un poco titubeante, intentando descifrar la atmósfera.
Ella solo sonrió de nuevo, una sonrisa que parecía más una máscara que una verdadera expresión de alegría.
—No, no estoy enfadada. Solo... estoy entiendo que a veces las cosas no salen como una cree, en que a veces la realidad puede ser totalmente distinta a lo que creemos—dijo, alejando la mirada hacia la puerta del horno.
Carlos se sintió un poco aliviado. Si ella no estaba enojada, tal vez podría continuar con su noche como si nada hubiera pasado.
—Es que hoy me demoré con un par de cosas en la oficina. Sabes cómo es esto a veces, ¿verdad? —Él intentó justificar su tardanza —Perdóname que no hayamos podido celebrar nuestro aniversario.
—Sí, lo entiendo—respondió Isa, casi para sí misma.
El torrente de emociones seguía dando vueltas en su interior. Había sacrificado tanto por su familia, había descuidado incluso su propio bienestar… Y nada de eso había valido la pena, de cualquier forma, su marido la habita traicionado.
Cuando volvió a la mesa con los platos tibios, Carlos ya estaba sirviéndose una copa de vino.
—¿Quieres un poco? —ofreció él, intentando cambiar de tema y aportar un poco de ambiente a la cena.
Isa dudó, pero finalmente asintió. Era una forma de lidiar con el dolor; tal vez embriagarse un poco la ayudaría a olvidar.
El silencio se sentó entre ellos una vez más mientras cenaban. Solamente el sonido de los cubiertos chocando contra los platos rompía la tensión. Carlos miraba a Isa, pero se dio cuenta de que no era la misma mujer que había conocido. La vida, la bebé, la rutina, todo había hecho un cambio en ella.
—No te he visto últimamente, te has estado cuidando bien, ¿verdad? —comenzó a preguntar, dejando atrás el asunto de su tardanza.
—Sí, bien —respondió ella, sosteniendo su mirada un instante más antes de volver a clavar los ojos en su plato—. Solo he estado… enfocándome en la familia, como siempre lo he hecho.
Carlos sintió que una punzada de incomodidad le atravesaba el pecho, pero decidió ignorarla. Había demasiadas cosas de las que no quería hablar esa noche. Cuando terminaron de cenar, él metió la mano en un bolsillo de su abrigo, sintiéndose incomodo por el cambio que podía sentir en su esposa. Pero, con el ánimo por los suelos, decidió que no era el momento para hablar de eso, y se dedicó a llenar su copa de vino otra vez.
—Bueno, ¿qué te parece si vemos una película? —sugirió Carlos, intentando animar la situación.
—Está bien —accedió ella con una voz casi inaudible.
Mientras se acomodaban en el sofá, Isa sentía un torbellino de emociones. Casi tenía que convencerse a sí misma de que todo estaba bien. Después de todo, había una hija en medio de todo, Eva.
«Ella merece una familia», pensó Isabella.
Sin embargo, a medida que la noche avanzaba y el alcohol empezaba a hacer efecto en Carlos, la situación dio un giro inesperado. Bajo la influencia del vino, comenzó a seducir a Isa, y ella, llena de confusión, cedió a sus avances. No por deseo, sino por el intento de mantener esa ilusión de que todo podría solucionarse.
Mientras se entregaba a él, su mente no podía evitar recrear la escena en la oficina: el roce, las risas compartidas entre Carlos y su amante. Esa imagen la atormentaba mientras el mundo real se desvanecía, como si la casa, la familia y todo lo que tenían se desdibujara en un fondo gris.
—¿Se siente bien? —preguntó Carlos, y ella solo asintió, girando su rostro para que no viera las lágrimas que se agrupaban en sus ojos
Claramente era una gran mentira, tanto como su repuesta como las palabras de él ¿Acaso le importaba como se sintiera? Siendo un traidor.
Fuera de la casa y desde otro lugar, la lluvia seguía cayendo sin compasión, y Sebastián, miraba por la ventana del auto, cogiendo su móvil con la información que acaban de darle. Su cabeza estaba llena de pensamientos, y esa noche murmuró para sí mismo:
—Sí, se olvidó de quién soy —murmuró, haciendo una mueca con sus labios y recordando el momento en que ambos estuvieron cara a cara
Luego suspiro y negó con la cabeza, pensativo.
«Isabella…» dedico un rápido pensamiento a la mujer que siempre ha estado en su mente y en su corazón. El eco de sus pensamientos resonó en el silencio del coche, mientras la lluvia continuaba.
Había decisiones que tomar, caminos por recorrer, y una verdad que acechaba a todos, oculta tras las puertas de una casa que solía ser un hogar.