BORISNikita… Perderla fue como… como entrar en una espiral que no me dejaba salir, como respirar humo constantemente y no poder toser, quedarme con todo dentro, sin poder sacar nada de mí, pese a estar asfixiándome.Duele. Como si fuese ayer que recibí la noticia. Sin un cuerpo, sin nada. Lo peor es que el tiempo sigue pasando, pero en estas cuatro paredes no se siente así, aquí congelo todo, sus recuerdos, su aroma, su voz… su cuerpo y cada cicatriz, tan suya como mía. Nikita está en cada rincón de mi mente, como una maldita sombra que no suelta. Su risa, afilada como un cuchillo, sus ojos verdes cortándome mientras apuntaba un rifle.La entrené para ser la Zmeyka, la asesina perfecta y en cada misión, en cada charco de sangre, nos encontramos. Su cuerpo contra el mío en almacenes fríos, sus gemidos en moteles de Kryvsk, su juramento de amor antes de partir a Voravia para matar a Lev Zaitsev.—Mi Skolvar—me decía, y joder, yo era suyo. Pero hace nueve meses, Varkov, nuestro Vodir,
LEV La casa huele a pan recién horneado, un aroma cálido que se cuela bajo la puerta del despacho como una mentira bien contada.Nunca imaginé mi vida así, con migas en la mesa y una mujer en la cocina, como si tuviera un hogar, una familia.Estoy encerrado aquí, con un vaso de whisky en la mano, el hielo derritiéndose lento, mientras trato de entender qué carajo estoy haciendo. O no entenderlo, sino acostumbrarme a verlo. No había que entenderlo, con vivirlo ya era suficiente.Nikita Petrova, jamás había conocido a ninguna otra mujer tan letal como ella, de hecho, hasta antes de conocerla debo admitir que subestimaba mucho a las mujeres, quizás por eso fue un golpe bajo saber que justo una mujer era la que me estaba poniendo contra las cuerdas.Esa misma mujer con las que tantas veces tuve pesadillas y a la que en tantas ocasiones observé en coma, esperando que abriera los ojos para ver si me contenía de estrangularla está allá afuera, horneando pan, sirviéndome en la mesa, calentand
NIKITAEl dolor es lo primero que siento, un latido sordo en la cabeza que me arranca de la oscuridad. Abro los ojos, y la luz blanca me quema, como si alguien hubiera encendido un reflector en mi cráneo.Estoy en una cama, una maldita cama de hospital, con una bata blanca que apesta a desinfectante. Mi frente está vendada, y hay tubos clavados en mi brazo que no sé qué demonios hacen allí.¿Qué carajo pasó? Mi cuerpo grita, pero mi mente es más rápida, aguda, despierta.Soy Nikita Petrova, la Zmeyka, y no sé dónde estoy.¿Dónde estoy?¡¿Dónde estoy?!Me arranco los tubos, el pinchazo apenas un susurro contra la furia que me quema. La venda en la cabeza me aprieta, pero no la toco; no hay tiempo para lamentos. Mis músculos recuerdan, tensos, listos, como si nunca hubieran olvidado quién soy. La habitación es estéril, paredes blancas, un monitor pitando como un metrónomo. Me deslizo de la cama, los pies descalzos contra el suelo frío, y agarro los tubos arrancados, enroscándolos en mi
LEVHabía salido a hacer una llamada luego de pasar toda la noche con Anya.El golpe en la cabeza fue más fuerte de lo que creí y luego de que cerró los ojos no volvió a reaccionar, teniendo que traerla al hospital. Esperaba que no fuera grave y no lo fue.Ahora lo que me preocupaba eran las pastillas… debía conseguir más, ya había investigo aquí en el hospital, pero… por lo visto estas pastillas salieron del mercado hace mucho tiempo.Ya había enviado a unos hombres al lugar donde el doctor tenía todas su cosas para ver si encontraban algo, pero no tenía muchas esperanzas de que fuese así.Ahora mismo las pastillas eran lo que más me inquietaban, aunque no sabía muy bien qué tiempo podía extender su uso en caso de que encontrara más.¿Era perjudicial? ¿Por qué la retiraron? ¿Qué daños causaba?La habitación 204 está al final, y cuando empujo la puerta, el caos me detiene en seco. Tres cuerpos en el suelo: un doctor, una enfermera, y ella. Anya. Mi Conejita. Pero cuando sus ojos se
LEVSabía que no iba a gustarme lo que el maldito doctor tenía que decir. Lo supe en cuanto lo vi entrar en la sala privada del hospital, con esa expresión de perro asustado y la carpeta temblándole en las manos.Me apoyé contra la pared, cruzándome de brazos, mientras mi mirada se desviaba apenas hacia la puerta cerrada del fondo. Anya estaba ahí. Amarrada.De no ser por las correas de sujeción, habría intentado degollarme ni bien despertó o eso fue lo que pasó en mi cabeza, apenas abrió los ojos la volvieron a sedar por orden mía.No era la muñeca rota que había mantenido a raya durante este tiempo, por lo que hasta que no tuviera un plan sólido no podía dejar que despertara.Era ella otra vez. La asesina que había venido a cazarme, la que me había seguido hasta el infierno sin pestañear.¿Quién se cree que es para despertar el infierno en el que la estoy sometiendo?—¿Qué tienes para mí? —gruñí, sin mucha paciencia.El doctor tragó saliva, ajustándose las gafas. Era un tipo de medi
LEVMe había tomado solo una hora cambiar mis planes.Una maldita hora.Si seguía con las pastillas eventualmente no serviría para nada, no podría seguir usándola y mi motivo inicial para mantenerla con vida no podría llevarse a cabo.—¡No le den las pastillas! —grité, entrando en la habitación, pero ella aún seguía dormida, sedada y los doctores me miraban como si fuera un loco. Puede que lo sea en este momento. Me acerco al doctor y dejo una mano en su hombro—. He cambiado de opinión—digo y él respira aliviado, como si le importara lo suficiente la vida de esa maldita asesina—. Quiero que despierte, que la despierten.—Perfecto, entonces se cancelará de inmediato la medicación, ¿no?—¿Eso es asunto suyo? —le pregunto. Él baja la mirada—. ¿Hay alguna manera de despertarla antes de que termine el efecto del sedante?—Sí, pero no es conveniente.—¿Te pregunté si era conveniente?—N-No. Es que… Es mejor esperar un par de horas, que despierte de manera normal.—Tienen diez minutos para d
BORISEl teléfono vibró sobre la mesa y yo casi no miré.Otra llamada cualquiera, pensé, otro nombre inútil. Pero cuando contesté, cuando esa respiración temblorosa llenó la línea, supe que no era cualquiera.Supe que era ella. Nikita.Un susurro quebrado, apenas un segundo de sonido, pero fue suficiente para destruir todo lo que había construido desde que la enterré en mi mente.Mi pecho se tensó como si alguien me hubiese arrancado los pulmones de cuajo. Durante meses maldije a cualquiera que dijera que estaba muerta, y aun así, me rendí. Dejé de buscar.Dejé que el luto me anestesiara. Y ahora, ella estaba viva.Respirando en algún rincón que no supe encontrar. El sabor de la furia me quemaba la lengua.No contra Nikita. Contra mí. Por no ser el hombre que prometió encontrarla, aunque el mundo se hundiera.Por haber dejado que otros decidieran cuándo debía olvidarla.Mi mano apretó el teléfono hasta que crujió el plástico barato, pero la línea ya estaba muerta. Igual que la promesa
VARKOVEstoy solo, pero no tranquilo. Boris, mi Skolvar, mi brazo derecho, me ha traicionado con su corazón, y eso es más peligroso que cualquier arma.Nikita Petrova, la Zmeyka que creímos muerta, está viva, en las garras de Lev Zaitsev, y Boris, ese maldito enamorado, no puede soltarla.Su amor, que una vez lo hacía imparable, ahora es una grieta en la armadura de la Krovsk Volya. Y yo, Dmitri Varkov, el Vodir, no permito grietas.Tomo el teléfono, mis dedos marcando el número de María. La nueva Zmeyka, mi arma secreta, está lista para su misión en Voravia, pero hoy le daré un propósito mayor. El tono suena, y su voz responde.—Vodir —dice, y puedo imaginarla, sus ojos oscuros brillando, su cuerpo tenso como un resorte.—María, ven a Kryvsk. Ahora —ordeno, mi voz baja, pero cargada de autoridad—. Tenemos que hablar. En persona.—Entendido —responde, sin dudar. Cuelgo, y mi mente se llena de Boris. Él y Nikita eran un huracán, inseparables, letales, dos sombras que cortaban gargantas