Todos los invitados se levantaron abruptamente de sus asientos, como impulsados por una fuerza invisible.
Un silencio tenso se apoderó del salón.
Todos giraron sus rostros al unísono hacia la escena que se desarrollaba en medio de la pista de baile, justo frente al altar de flores y promesas.
Iker, con la mirada vidriosa, el rostro desencajado y la ropa desaliñada, avanzaba tambaleándose como un fantasma del pasado.
Bruno apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Su mandíbula temblaba. Sintió cómo una furia sorda y caliente le subía por el pecho.
Estaba a punto de lanzarse sobre ese hombre y hacerlo pedazos con sus propias manos.
Pero Asha, firme como una roca, puso una mano suave sobre su brazo. Le miró. Ese gesto lo contuvo. Bruno se detuvo, aunque su respiración era densa, como la de un toro a punto de embestir.
Ella entonces lo enfrentó. Iker estaba ahí, parado, descompuesto, tan ajeno a lo que alguna vez fue. Ya no era aquel hombre seguro, encantador, que la