—¡Ellyn, no bromees así! —estalló Federico, con la voz cargada de tensión y los puños apretados.
Ellyn apenas arqueó una ceja, como si su provocación hubiera sido deliberada. Pero antes de que pudiera responder, la voz temblorosa del abuelo los interrumpió.
—Vamos, por favor... no discutan —suplicó el anciano con una mirada preocupada, como si adivinara que algo mucho más profundo que un simple intercambio de palabras estaba a punto de explotar entre ellos.
Ante su ruego, todos guardaron silencio. Finalmente, tomaron asiento a la mesa, aunque el ambiente seguía impregnado de una electricidad invisible, una tensión densa que nadie parecía capaz de romper.
La cena transcurrió con una calma fingida. Las risas eran breves, forzadas. Ellyn evitaba mirar a Federico, y Federico no podía dejar de mirarla.
Después de cenar, Ellyn ayudó a la abuela a organizar algunos detalles para la fiesta del día siguiente.
Ya era tarde cuando, como cada año, la abuela insistió en una tradición inquebrantable