Ellyn sonrió, pero luego lo miró. Lo miró de frente. A ese hombre que había amado hasta deshacerse.
A ese hombre que la dejó sola, acusada, rota. Federico estaba ahí, frente a ella, con el rostro teñido de un rojo profundo que no sabía si era por la vergüenza, la furia o el arrepentimiento. Tal vez todo a la vez. Pero eso ya no le importaba.
No a la nueva Ellyn.
—Felicidades, Federico —dijo ella con una sonrisa afilada, el tono cargado de veneno contenido—. ¿Por qué esperaste tanto para estar con tu gran amor? Has desperdiciado años persiguiendo sombras... Ahora por fin puedes estar con ella, felicidades por tu próxima boda.
Su voz era calmada, pero cada palabra fue una daga directa al pecho de Federico.
—¡No, Ellyn! —explotó él de pronto, dando un paso hacia ella con desesperación—. ¡No me voy a casar con Samantha! ¡Nunca! ¡Jamás me casaría con ella! Porque ahora sé la verdad… Samantha es la peor mujer que he conocido.
Un silencio sepulcral cayó sobre el salón. Samantha bajó la vista