Los ojos de Federico se abrieron de par en par.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, como si una sombra del pasado lo envolviera sin aviso. Su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho en una mezcla de confusión, miedo y algo más oscuro que no lograba nombrar.
¿Era un sueño? ¿Una alucinación nacida de su culpa?
No. No podía serlo.
Allí estaba ella. De pie, erguida, como una reina altiva que no se dejaba quebrar.
Sus ojos, antes llenos de dulzura, ahora eran fríos, serenos, poderosos. Lo miraba de reojo, pero sin concederle importancia.
Como si ya no le doliera. Como si él no significara nada.
El maestro de ceremonias rompió el silencio con su voz fuerte y clara:
—¡Tres millones a la una!… ¡A las dos!... ¡A las tres! ¡Vendida a la señorita Rezza!
Un murmullo se extendió como una ola entre los presentes.
Federico se quedó sin aliento, paralizado. Su mundo temblaba.
Aquella mujer, la que él creía desaparecida, acababa de reaparecer en medio de todos… brillando como nunca.
En el