Ellyn sintió que el corazón se le detenía. Apretó a su hija contra el pecho, protegiéndola, mientras miraba hacia adelante.
Una figura conocida descendía del auto. Alto, elegante… herido por dentro.
Federico.
Su mirada estaba inyectada en sangre. Estaba desesperado, buscándola, temiendo lo peor, que, de nuevo, la perdiera como la perdió en el pasado, pero esta vez, no estaba dispuesto a dejarla ir sin pelear por ella.
Y ahora, allí estaba. Frente a ella. Roto.
—Mami… —susurró Asha, confundida por la tensión—. Es papito.
Ellyn le acarició el cabello con ternura.
—Mi amor, quédate aquí. Mamá vuelve enseguida. ¿Sí?
La niña asintió con inocencia. Ellyn abrió la puerta y descendió lentamente, temblando.
Sus ojos se encontraron con los de Federico. Él caminó hacia ella como un huracán contenido, la mandíbula apretada, el corazón expuesto.
—¡Ellyn! —exclamó, la voz quebrada por el dolor—. ¿Por qué huyes con mi hija? ¿Por qué quieres dejarme sin vida? Sin ti estoy solo, sin ti y mi hija ya n