Clark se encontraba apostado fuera del hotel donde Ellyn se hospedaba.
El motor de su coche estaba apagado, pero su mente rugía con pensamientos que no le daban descanso.
Llevaba horas allí, observando cada movimiento, como un centinela silencioso, atormentado por una verdad que le calaba el alma.
“Federico… es el padre del bebé de Ellyn”, pensó, con los dientes apretados.
Cerró los ojos con fuerza, como si pudiera borrar esa revelación de su cabeza, pero era inútil. La verdad se había enraizado en su mente como una espina venenosa.
—¡Maldito seas, Federico! —masculló entre dientes, golpeando el volante.
Recordó cada palabra que Ellyn le había confiado: que había estado con un hombre enmascarado, que nunca supo quién era, que él la había rescatado durante el secuestro… y luego desaparecido.
Clark había pensado que era una historia extraña, pero ahora todo encajaba.
Federico había estado allí, en las sombras, y Ellyn… Ellyn lo había amado sin saber su rostro.
“Ella no sabía que era él”