—¿Quieren verla?
Federico las miró con suavidad, sabía que la pregunta era difícil, pero era necesaria. Melissa bajó la cabeza con firmeza. No lo dudó ni un segundo.
—No quiero volver a verla nunca, Federico. No después de lo que hizo.
Sus palabras fueron tajantes. No había odio en su tono, pero sí una herida abierta, una herida que sangraba en lo profundo de su alma.
Ellyn, en cambio, suspiró.
—Yo sí... pero no hoy. No puedo enfrentarla todavía. Primero, necesito respirar lejos de su sombra.
Federico asintió, entendiendo que el tiempo era lo único que podría darles un poco de paz. Sin más palabras, los tres salieron del hospital, acompañados del silencio de quienes han sobrevivido a un incendio no solo físico, sino también emocional.
***
Al llegar a la mansión Durance, el aire de hogar pareció abrazarlos con un leve consuelo.
El abuelo los esperaba en la entrada, su mirada ansiosa, con el alma colgando de un hilo de preocupación.
Cuando vio a sus nietas, corrió hacia ellas con una ag